Enrique Santos Discépolo dijo que “Mallorca es una isla que seguramente se le cayó a Dios de las alforjas, porque aquello es maravilloso”.
En su gira española Discépolo se abrazó en Madrid con García Lorca y pudo escuchar de los propios labios del andaluz los en ese momento inéditos primeros versos del “Llanto por la muerte de Ignacio Sánchez Mejías”, un amigo torero del poeta: “a las cinco de la tarde, eran las cinco en punto de la tarde…”.
En Mallorca el creador argentino llegó hasta Valldemossa y quiso conocer la habitación en donde Federico Chopin creó la mayoría de sus preludios. En el monasterio se encontró en una pieza húmeda que lo impresionó por su soledad. Se encontró con el piano del músico polaco y se atrevió a jugar en sus teclas, sabedor de que aquellos otras manos prodigiosas también las habían tocado.
De esa improvisación y el entorno nació después “Canción desesperada”, porque Discépolo decía que las canciones de Chopin “no son inolvidables, sino desesperadas”.
El argentino se imaginó al polaco componiendo con la locura de los condenados a morirse.
Creando en la desesperación, en los peores momentos.
También los pueblos crean en la desesperación y se aferran a las esperanzas.
Como Chopin y Discépolo, como cualquiera de los hombres comunes.
También los pueblos se parecen a Enrique Santos, porque él también creyó y luchó por sus ideales, apoyando una causa. Creyendo y desesperando y con el escepticismo metido en el cuerpo.
Decía un amigo que tengo, un tanto filósofo, que triunfar no es llegar, sino disfrutar del camino. Por eso cuando su lucha por fin le otorgó el placer de una victoria se encontró desorientado, porque él sólo había luchado siempre, soñadoramente, desesperadamente, con el escepticismo metido en el cuerpo.
Algunos que saben de la escéptica tienen pasión por escribir a los demás, sabrán también que en todos los momentos, los mejores y los peores, esa sensación no la abandonas jamás.
Porque los escépticos, hombres comunes como cualquiera, no llegan nunca, sino que viven caminando, soñando, luchando, desesperando. A pesar de las mieles de una victoria.
En su gira española Discépolo se abrazó en Madrid con García Lorca y pudo escuchar de los propios labios del andaluz los en ese momento inéditos primeros versos del “Llanto por la muerte de Ignacio Sánchez Mejías”, un amigo torero del poeta: “a las cinco de la tarde, eran las cinco en punto de la tarde…”.
En Mallorca el creador argentino llegó hasta Valldemossa y quiso conocer la habitación en donde Federico Chopin creó la mayoría de sus preludios. En el monasterio se encontró en una pieza húmeda que lo impresionó por su soledad. Se encontró con el piano del músico polaco y se atrevió a jugar en sus teclas, sabedor de que aquellos otras manos prodigiosas también las habían tocado.
De esa improvisación y el entorno nació después “Canción desesperada”, porque Discépolo decía que las canciones de Chopin “no son inolvidables, sino desesperadas”.
El argentino se imaginó al polaco componiendo con la locura de los condenados a morirse.
Creando en la desesperación, en los peores momentos.
También los pueblos crean en la desesperación y se aferran a las esperanzas.
Como Chopin y Discépolo, como cualquiera de los hombres comunes.
También los pueblos se parecen a Enrique Santos, porque él también creyó y luchó por sus ideales, apoyando una causa. Creyendo y desesperando y con el escepticismo metido en el cuerpo.
Decía un amigo que tengo, un tanto filósofo, que triunfar no es llegar, sino disfrutar del camino. Por eso cuando su lucha por fin le otorgó el placer de una victoria se encontró desorientado, porque él sólo había luchado siempre, soñadoramente, desesperadamente, con el escepticismo metido en el cuerpo.
Algunos que saben de la escéptica tienen pasión por escribir a los demás, sabrán también que en todos los momentos, los mejores y los peores, esa sensación no la abandonas jamás.
Porque los escépticos, hombres comunes como cualquiera, no llegan nunca, sino que viven caminando, soñando, luchando, desesperando. A pesar de las mieles de una victoria.
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