Dedicado al Club A. Barrio Nuevo de Mercedes, al que defendí tres temporadas y al cual guardo sentimiento.
Vieja y querida cancha de Sandú, en el Barrio 33. Era el cuarto o quinto partido en que un discreto jugador lucía la camiseta azul. Había más gente de la habitual y una expectación distinta en los allegados que se acercaban al vestuario de la cancha. Los jugadores recibían otros ánimos. Nervios diferentes de los fieles hinchas chacareros.
También había muchos hinchas del rival, ese equipo que hacía homenaje con su nombre a los 33 Orientales y que años atrás, según cuentan, le había ganado en un pulso futbolero dominguero nada menos que el nombre del equipo al querido azul. De ahí o de antes o vaya a saber de cuando existía una rivalidad clásica.
Cuando al promediar el segundo tiempo consigue el azul a base de mucho esfuerzo el ansiado empate, el autor del gol corrió desesperado a gritarlo con la hinchada, ubicada mayormente a la derecha, cuando uno se para y mira la cancha desde la calle. Un puñado de camisetas azules se abrazó a decenas de hinchas y familias. El grito de gol fue distinto. El festejo del gol era distinto. Los abrazos no eran los mismos.
Se sabía de la rivalidad entre los dos equipos. Hasta ese momento el jugador del que les cuento no sabía del enorme calor y amor que los vecinos del barrio sentían por la azul camiseta.
Fue al caer una tarde, después de jugar un amistoso entre obreros papeleros cuando alguien lo invitó a jugar por el barrio azul. Aceptó y le llegó la primera cita para ir a Sacachispas al primer partido. Como el entrenador no conocía sus cualidades futboleras lo pusieron en la reserva. Al concluir la primera parte lo sacaron para "cuidarlo" para la primera, en donde nuevamente entró de titular. Esa tarde, entonces, a falta de más jugadores, pudo engañar al entrenador y convencerlo o habrá sido que el que tenía que marcarlo se olvidó.
El azul volvió con el empate. Después no se recuerda contra quien se jugó y más tarde tampoco. Pero sí se recuerda sin olvidar nada aquella tarde de clásica rivalidad de barrio.
Este jugador sólo pedía un par de zapatos para jugar porque no tenía. De la bolsa caían varios pares usados y el que quedara mejor era el conveniente.
Pero aquella distinta tarde de clásica rivalidad, en la cancha de Sandú, aparecieron desde enfrente los zapatos nuevos de Darío, el 10 del viejo campeón mercedario, el genio zurdo bohemio.
En cierto momento esos zapatos obligaron a correr por la zona izquierda al discreto jugador, dejaron por el camino a la carrera dos o tres defensas mientras el asombrado zurdo seguía subido a ellos con un miedo de vértigo y a la salida del arquero cedieron el gol para que los compañeros fueran a gritarlo con su gente. La razón a la basura, al final era cierto eso de que lo mágico es posible. Ponerse los zapatos de un genial jugador permite realizar a los chambones jugadas imborrables para lograr el empate.
No le dieron las fuerzas para seguir corriendo a gritar la conquista, a pesar que en un primer momento lo intentó. Pero al pararse disfrutó con el grito distinto, el abrazo y la felicidad de un barrio azul. Tarde de domingo para dejar prendido fuerte el sentimiento.
Fueron tres temporadas vistiéndose de azul los domingos, sintiendo el sentimiento de los hinchas y el ánimo recibido antes y después de cada partido. Participando de los aniversarios y sintiéndose cerca en todo momento.
Un día dejó de jugar, pero el azul seguía compitiendo, chacarereando y luego transformándose en un ciudadano equipo con ambiciones de barrio fiel. Superando las dificultades, como todos, sobreponiéndose a las adversidades, disfrutando las victorias que alguna vez llegaron, sintiendo el dolor de las derrotas finales que provocan más rebeldía aún y sabiendo que siempre hay que seguir.
Porque el barrio azul volverá. Algún que otro día volverá.
hola amigo! yo soy un joven del barrio 33!! muy buen relato che! aguante el barrio locoo!! ya vamos a volver... ya vamos...!
ResponderEliminarfederico esta carta se la hice llegar al blog de barrio nuevo mercedes es muy buena
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