MAÑANA, PARA TODOS, EL MAR
“Lloro para que no se muera el mar, mi padre el mar, que rompe en las dos playas, en las dos puertas sin bisagra del mundo, con el mismo sabor viejo y amargo de mi llanto. Yo soy el mar”.
Los africanos no le tienen miedo al mar. Dejan su continente buscando la vieja Europa, buscando una vida mejor. Cientos de kilómetros en pequeñas embarcaciones llamadas pateras, o cayucos. De fibra de vidrio, muchas precarias. Sabedores de los peligros, del frío del mar.
Dependiendo del viento demorarán dos o más días, evitando guardias costeras, negociando entre mafias, apretados para darse calor, partiendo en la noche, muchos sin capitán, aprendices de la navegación.
El dinero aparece en situaciones desesperadas. Hay que pagar el viaje, el cayuco de la aventura y la esperanza familiar. Las madres colaboran con dinero, los hermanos, los amigos también. Aún frente al riesgo de no llegar o ser interceptados por las autoridades. Entonces así serán devueltos a sus países para otra vez volver a intentarlo. Cayucos sobran en la orilla africana, se cuentan por miles.
El África colonial reclama, son poseedores de una deuda histórica. Y la pretenden cobrar aun a riesgo de sus vidas. Los cadáveres aparecen flotando en aguas atlánticas o mediterráneas y así entonces el buque “Esperanza del Mar” los recoge. Los llevan a tierra y los entierran entre funcionarios y periodistas, sin familiares, sin amigos del último adiós. Tumbas sin nombre.
La pobreza sigue hincando sus dientes en África. La noticia a diario golpea. Cayucos apresados, denunciados. Hombres, mujeres y aún niños nacidos o por nacer son devueltos a sus países. Hipotermia, debilidad, hambre, cadáveres.
Por ello es que los africanos del mar no quieren ser noticia, prefieren perderse en tierra firme, mezclarse anónimamente.
En otros días, otras tierras bien diferentes recibían embarcaciones, más grandes o casi iguales, con los mismos hombres de mismas necesidades. Se va y se viene, los caminos del hombre y del hambre van y vienen. El mar también ofrece múltiples caminos, muy amplios, también van y vienen. Cualquiera, en cualquier tiempo, ha sido y puede ser el África de hoy.
Porque nunca son iguales las estelas en la mar.
“Cada hombre solo, sí, solo, flotando sobre el mar, sobre el lecho profundo de mi llanto… Si hay una luz que es mía, aquí ha de reflejarse y rielar, en el espejo inmenso de mis lágrimas, en el mar… Mañana, para todos, el mar”.
P/D: la poesía es de León Felipe, un europeo emigrante.
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