Publicado en Semanario Entrega 2000 de Mercedes, Uruguay
SI LO SUPIERAN LOS GRANDES
“De Independiente”, respondo cuando me preguntan de qué equipo de fútbol “soy” en Uruguay. Entonces me miran con cara de interrogación.
Luego repreguntan: ¿de cuál? ¿ese no es argentino?
No, resulta que está al lado de mi casa. En fin, es también mi casa, lo aseguro. “Pero… ¿de Peñarol o de Nacional?”, insisten.
Mantengo un divorcio diría irreconciliable con el fútbol profesional. Alguna vez me lo cuestiono e incluso me sugiero una envidia por no haber sido uno de estos de pata dura.
Hasta la adolescencia festejé los triunfos de Peñarol y hasta alguna copa Libertadores. Fuimos con un montón de amigos a eliminatorias mundialistas e hicimos dedo para un Uruguay-Brasil con entradas revendidas, entre otras cosas.
Pero desde hace muchos años me resulta indiferente Peñarol. Me gana una sonrisa cuando un “chico” sale campeón “uruguayo”.
En Mercedes “soy” de Independiente y alguno me cuestionará según de la óptica que mire al CAI. Por cuestiones de herencia en nombre, uniforme, canciones y hasta en cómo jugar al fútbol también me gana una sonrisa cuando gana el de Avellaneda, por sentirlo como una especie de hermano mayor, no importa que sea del otro lado del río. Pero sin sacar banderas.
Se me escapó un lagrimón cuando un día llegué al parque Bristol y vi a Barrio Nuevo jugando en la primera división. Y otro cuando Olímpico bajó.
En España digo que voy con el Athletic, recordando a los vascos queridos del Hogar Español de Mercedes, sus posters y banderines de antaño.
Tenemos una tendencia lógica de hinchar por el más débil cuando juegan dos equipos ajenos a nuestros sentimientos. O de ser contras nada más.
Me abruma el fútbol y los comentarios de los periodistas y de los jugadores y de los entrenadores profesionales, los cuales tienen prohibido escaparse de que “son cosas del fútbol y que el rival será difícil”.
Decir que el fútbol profesional es como un opio del pueblo es navegar contra corriente mayoritaria que en los tiempos modernos festeja hasta las derrotas… otra discusión. Son las opiniones de las nuevas generaciones que se imponen, desafiando el “cumplidos sólo si ganamos”, el libertad o muerte, la patria o la tumba, el todo o nada.
Siempre lo mismo.
El mundial “empieza” cuando se juega contra un “grande”. ¿Esta Alemania es un grande? ¿O más grande fue Paraguay, midiéndolos en la misma vara española?
Me gusta el fútbol como espectáculo, como actividad, como deporte. Pero me abruma el circo futbolero profesional. Me abruma que en España se hable siempre del Real Madrid y Barcelona, ganen o pierdan. Porque son los que más venden, los que más hinchas tienen. Los otros casi no existen. Una Liga para dos.
Me abruman Boca y River, Manchester y Chelsea. Brasil es siempre favorito, como Italia, Inglaterra, Argentina.
¿Y porqué los uruguayos sentimos tanto la camiseta celeste? Nacimos allí, dirá uno, es muy claro. Nos educamos allí, dirá otro, poniéndome cara de ¿no entendés lo que es ser uruguayo? ¿Y porqué nos enorgullecemos a los cuatro vientos cuando gana la selección? Y nos sentimos más orientales porque el mundo se pregunta cómo un país tan pequeño, de tan poca población, pueda llegar tan lejos y tener tanta historia futbolera.
Entonces nos agrandamos. Hasta yo me agrando cuando por carambola empieza a difundirse la filosofía del oriental de bajo perfil, sensato, educado, humilde. El oriental que se enorgullece a más no poder de ser hincha de una selección de un país pequeño, de pocos habitantes, humildón en el sur del sur, que siempre peleó en desventaja, en minoría, con perros cimarrones y a pecho descubierto. ¡Sólo nosotros le ganamos a 200.000, una final a Brasil y en Brasil! Cómo nos gustan las hazañas de nuestra historia, el paisito y evocar al negro jefe. Somos la heroicidad del débil, el chico de las hazañas que cuando las puede saborear las disfruta el doble o más, porque cada vez vienen más separadas en el tiempo. ¡Cómo nos gusta ser chicos y meternos a coraje en las finales!
La comunión de la selección y el país se dio por esa identificación y a España llegó la imagen de un país a través de su selección. Yo, escéptico, no tengo problemas en admitir que estos orientales del mundial hicieron llegar la imagen de mi país y su manera de ser. Me importa más que el resultado final.
¡Qué sensato, qué educación el maestro! Perdimos en off-side y ni siquiera protestamos, saludamos al contrario. Que buena gente el goleador y el capitán y las nuevas manos de dios y la cara de niño del portero. ¡Qué grandes que somos! Y eso que somos tan pequeños, tan chicos, tan pocos, tan sencillos.
Peleamos por la libertad con indios, con negros, con lanzas, con coraje y a partir de 33, nada más. Y al fútbol somos así también.
¡Y cómo nos gusta expresarnos así y que nos vean así! Capaces de las hazañas, porque las hazañas son hazañas cuando las conquista el débil.
¿Será por eso que ya no me importa tanto Peñarol? Que he visto a los otros con otros ojos y se me escapa una sonrisa cuando la vuelta olímpica se da en una curva o bajo una farola o en la sombra de las palmeras rochenses.
Siempre lo mismo, siempre Brasil y Alemania.
¿Y Uruguay? Ni cabeza de grupo somos. Nos ponen al lado de Argelia igual. ¡Pero cómo nos gusta que nos ignoren para agrandarnos después!
Qué bueno que, apartados del profesionalismo exagerado de estos tiempos, podamos sentir el coraje y el orgullo del débil como nación, más allá de selección de fútbol. Sentirlo como país, como manera de ser, hacer sentir cómo es un uruguayo. Discreto, de hablar más pausado, medio filósofo, la vida navegando lenta en un mate.
Porque siempre lo mismo. Italia y Argentina, Barza o Real Madrid.
Los grandes. Peñarol y Nacional. Siempre los grandes. A
Porque siempre los grandes, che. Inglaterra, el Bayern, Francia, el Milán.
Que también disfrutan lo suyo, claro está. Que también hacen vibrar a sus hinchas, los hacen llorar, rabiar, gritar. Que también tienen su magia, claro, cómo negarlo, si son miles sus hinchas, hasta cientos de miles y tan rica su historia. Y por algo será. Porque los grandes también festejan, se emocionan, lloran y yo no quiero desvirtuar su felicidad, ni mucho menos. Me satisface la felicidad popular.
Pero si supieran los grandes lo que se siente amar a una camiseta de un chico, como la de Uruguay, a un país como Uruguay. Si supieran que de nuestras heridas sale sangre celeste. ¡Celeste!, ni siquiera sangre noble azul, no. ¡Celeste! Si supieran cómo se disfruta y cuanto orgullo se siente. Podemos mirar al mundo a la cara, pletóricos.
Entonces el mundo mirará dentro de Uruguay.
Porque intentarán comprender porqué disfruta tanto un chico en ese pequeño espacio en que le tocó disfrutar.
Si lo supieran los grandes.
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