Pochila
está loco. Dicen que hay que medicarlo. Que saben ellos.
Marzo
1997. Ese día fue diferente. Te marca.
Ramón
solía entrar periódicamente en estados depresivos, se encerraba en
su casa y no se comunicaba, no salía, no se le veía por ningún
lado, desaparecía. Se apagaban su risa, su memoria prodigiosa, su
recitado y hasta su solidaridad. Si lo visitabas no te respondía
siquiera el saludo, sólo fumaba y tomaba mate. Sentado. Indiferente.
En su mundo indescifrable. Serio, inmutable.
Marzo
1997. Los trabajadores papeleros decidieron manifestarse y salir a la
calle para comenzar una marcha hacia Montevideo. Ramón estaba en
estado depresivo. Hacía días no lo veíamos.
La
marcha salió por la calle del fundador y giraba en la avenida
Lavalleja rumbo a la ruta. Era multitudinaria, llena de emociones y
banderas, aplausos y donativos, desafíos. Entonces pasó frente a mi
el ómnibus sindical. Su misión era la de transportar gente para
acompañar.
Marzo
1997. Ramón estaba en estado depresivo. Ramón iba en el bus
sindical. Sentado, solo, sobre la ventanilla, sin mirar para afuera,
serio, con el termo, con el mate, con los cigarros, con su depresión,
con su locura.
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