En la canchita del barrio Pamer pasamos largas tardes de infancia jugando al fútbol con un montón de amigos que siempre se recuerdan.
"No fue gol, pasó por arriba del palo", que no era otra cosa que una piedra grande o en su defecto un par de camisetas enrolladas que hacían las veces de postes de un arco de fútbol.
"No seas malo, entró recontra bien", era la respuesta que daba inicio a una discusión que finalmente ganaría el más insistente o cuando aflojaba el que iba ganando el partido.
"Alta, alta", era el grito de un defensa que veía como la pelota entraba en su arco, siempre formado por sólo un par de piedras o un par de camisetas, o quizás un par de sandalias de verano, pues muchos jugadores solían jugar descalzos. Comenzaba otra discusión en donde todo pasaba por el imaginario travesaño. Entonces había que hacer el gol "por abajo", si no, no vale.
Los arcos eran chiquitos. Se medían pie a pie. Podían ser tres, cuatro o cinco pies. Del otro lado otro mediría igual. Previo aviso al comenzar el partido: "los goles de cerca", pues claro, no había arquero. La cancha, improvisado sitio delante de la actual escuela, no era grande. No valía patear de lejos buscando el gol, sobre todo si había pocos jugadores. Luego vendrían las discusiones de donde era "cerca" y donde era "lejos".
Los límites de la cancha estaban perfectamente delimitados en sus costados. Un alambrado que la separaba del predio de la escuela y del otro lado una cuneta que separaba el campito de la calle. Pero otra gran discusión aparecía al momento de saber cuando corner y cuando no, líneas de fondo dejadas al libre pensamiento de momento. La canchita tenía su cuesta abajo, por supuesto, y sobre el lado de la cuneta otra bajadita que dificultaba el accionar de los jugadores, sobre todo las grietas al secarse luego de la lluvia.
Dos supuestos buenos futbolistas iniciaban la elección de compañeros que al ser nombrados, marchaban junto al elector, de por sí líder del equipo. Podía haber número de jugadores impares. Por lo tanto, el primero que llegara iría al equipo de menos jugadores, luego de la clásica pregunta: "¿pa´que lau pateo?". La suerte diría si el próximo jugador sería un talentoso o un mero patadura rápidamente ubicado en la defensa: "vos atrás". Más tarde, si los que llegaban inclinaban mucho la balanza se gritaba pidiendo un talentoso y ofreciendo a cambio, por supuesto, el peor de los nuestros. Cambio de bando en el acto.
La hora de reunión era generalmente a la tardecita. En invierno era al regresar de la escuela, en verano al caer el sol. Como "la canchita" estaba ubicada en lugar privilegiado del barrio era posible verla desde las casas. Otros metían oreja, pues era común escuchar a lo lejos cuando pateaban la pelota. Esta podía ser de goma, de plástico y en el mejor de los casos de cuero. Ni que hablar cuando aparecía una nueva de cuero, una "5". El gran problema eran las pinchaduras. Si la pelota se iba a las matas espinosas las caras se contraían ante la eventual pinchadura. Las de goma quedaban hechas un desastre, pero igual se seguía pateando una goma sin aire. El drama aparecía cuando se pinchaba una nueva de cuero.
No había mucho dinero circulante. Entonces lo mejor y sobre todo en verano, era jugar "en patas". Por lo tanto, quienes aparecían con championes de goma debían descalzarse, para emparejar. El empeine dolía cuando había que patear fuerte, pero no había otra. Y cuidado de las piedras sueltas.
"Foul acá", era la expresión de quien se consideraba agredido. Nuevas discusiones y aunque el equipo rival se fuera raudamente al arco contrario, el delantero que perdiera la pelota seguía gritando: "foul acá dije", señalando con el dedo el lugar exacto de la supuesta falta. "Qué va a ser foul, te la saqué limpita, andá a jugar a las muñecas", eran entre otras, expresiones de respuesta y a su vez de aceptación.
A quien no se le discutía mucho era al ocasional dueño de la pelota, más si era la única de la tarde. Este dueño del balón tenía otra condescendencia con respecto a otras tardes, se le pasaba la pelota con más asiduidad y si se podía se le ofrecía un gol servido en bandeja.
"5 a 3 vamos ganando", gritaba el defensa para dejar bien claro el tanteador. "Nooo, Walter hizo dos, el Negro y después Galito". "No, el de Galito no vale, pasó por arriba del palo".
Para la historia quedó la respuesta de Pico, quien se sintió recriminado por sus compañeros porque no controló la pelota una tarde llena de sol y calor. "¿Qué querés?, si venía salpicando", se defendió.
En fin, ya lo recordarán Enrique o su hermano Oscar, los primos Juan y Gustavo, los otros hermanos Julio y Eduardo, el Pingüino y José, William, Cachito, el otro Oscar, Carro, Pablo, el Capincho a veces, Pedro, los más arriba nombrados y algunos otros que al no recordar igual los hago partícipes de aquellos años de niñez y adolescencia.
La canchita del Barrio Pamer era como el semillero del amarillo Remolino de la Liga Chacarera, en donde jugaban los más grandes, los hombres, en la cancha grande ubicada entonces atrás de lo Ohaco. Tiempo después cambiaron la canchita nuestra y quedó dentro de la propia Escuela 110 y con arcos, hechos por los mayores, con palos cortados de los montes vecinos. Algunos hicieron líneas, pasándoles la azada y entonces hasta algún campeonato apareció como beneficio escolar, en donde hubo que defender todos unidos al barrio frente a los temibles equipos que venían de la ciudad, como el Piteta, entre otros. O las heroicas visitas a los campeonatos de la otra Escuela cercana, la 32.
En fin, una canchita llena de recuerdos, como tantos campitos de tanta historia. En donde "el que la tira la trae".
En donde podías ir ganando 11 a 2, saboreando la goleada, mientras el sol se iba escondiendo del todo. Entonces del cuadro perdedor surgía el grito desafiante: "el que hace el último gol gana" y los perdedores por goleada igual se iban contentos en las sombras de la noche que se venía, riendo a carcajadas, con un gol fantasma que vaya uno a saber si la pelota entró o pasó por arriba del palo.