LA CANCIÓN DEL PARIA

"... y siempre voy vagando... y si algún día siente, mi espíritu, apagarse la fe que lo alumbró, sabré morir de angustia, más, sin doblar la frente, sabré matar mi alma... pero arrastrarla no" (O. Fernández Ríos)

miércoles, 30 de septiembre de 2009

Wilson Armas Castro - "Quisiera convivir sin mi memoria"

INTERROGANTES
¡Cuántas interrogantes,
cuántas preguntas me hago!
El otro yo me las formula
y yo no las respondo.
Mi esmirriado morrión, debe llenarse.
pero tal vez no llegue ese momento
por más que lo desee.
Debo explicarme con despaciosa calma,
las mil interrogantes que me asedian;
más, nada resulta fácil;
lo fácil es tramposo, es impostura;
pero yo no conozco la verdad,
jamás la he visto.
¿Cuánto debo esperar?
No hay otra alternativa: Esperar... (W.A.)


Wilson Armas Castro escribió "En eso estamos", libro que me regaló en oportunidad de una visita que realicé a su casa sobre fines del año 2007. A través del apellido Castro estamos relacionados en familia. Con sus nueve décadas de vida sigue estimulando la escritura en Mercedes, Uruguay y sigue realizando. En la foto, en oportunidad que la Junta Departamental de Soriano le realizara un homenaje por su trayectoria teatral y como escritor.

PRESENTE
Sentado en esta silla
de espaldas al sol que me deslíe,
bebo el aire
el verde del follaje
y el ocio generoso
del estío.
Quiero no dar cabida a la tristeza,
quisiera convivir sin mi memoria.
Es cosa inútil, digo,
echar atrás el tiempo:
al futuro lo pondría de testigo,
y al presente,
-si yo pudiera hacerlo-
lo volvería entelequia inerte. (W.A.)

En la página 69 del libro "En eso estamos" Wilson ha escrito: "Queda debidamente autorizada la reproducción total o parcial de este volumen, aún cuando no se cite la fuente. Si usted plagia o copia deliberadamente lo aquí expuesto, quedará impreso en su conciencia. El autor se compromete a seguir creando sin cuestionar ni reprochar absolutamente nada. Sólo puede decir a su favor que intentará ser auténtico con sus principios de artista (usted esgrimirá sus argumentos, que no discutiremos). El autor se hace responsable de todos sus dichos y también se retracta, punto por punto, de todas las injurias, ofensas o menoscabo a la integridad moral que pudiera causarle a los sufridos lectores". "En eso estamos", impreso en noviembre 2007.

martes, 29 de septiembre de 2009

"CARTAS" - "La casa de la calle Ituzaingó" (relato 7)

Dedicado a mis amigos de la casa de la calle Ituzaingó, la casa de Washington "Tabaco" Caputto y Basilisa Acosta, que nos dejó hace algún tiempo y en donde siempre está presente Carlitos Méndez Fort, que se nos fuera demasiado joven.
Los muchachos solían descolgar el gancho de la puerta de entrada, con la voz fuerte de un "permiso" también abrían la cancel y se metían dentro sin esperar respuesta. Podía haber gente o no, daba igual. Era casa de todos y nunca se puso una objeción si algún hambre aparecía o si una sed reclamaba atención. Si un fuego combatía el invierno o una parrilla quemaba leña para construir brasas que convertían la carne en un deleite.
Para esto el señor de la casa era el especialista en toda ocasión, más que nada en los lentos accionares de algún lechón conseguido para el momento o algún lanar también o cualquier asado, que significaban el festejo de algún aniversario, de una fecha que obligaba al encuentro o porque sí nomás, que era la mayoría de las veces.
La señora de la casa disfrutaba con el ir y venir de los muchachos, sus vivencias y sus ocurrencias de naipes acostumbrados a los viejos renuncies de apasionantes tutes que desafiaban cerebros entrenados con más o menos viveza y picardía.
El señor de la casa se entreveraba en algún picado de cabreros tutes para disfrutar de sus arrastres, dejar sin base a los muchachos y con enojos a ocasionales ganadores de momento en el intento de trampas o viejos renuncies de la experiencia que, sin compasión, eran descubiertos y sancionados al momento para generar otros eventuales enojos de sonrisas cómplices y deleites picardías.
Los platos eran la tabla de picar y el pan de compañía. Los vasos saboreaban algún que otro alcohol siempre controlado. Y las horas iban pasando sin darse cuenta. Lo disfrutable era estar ahí, saber que los otros estaban ahí.
Los muchachos andaban también por otros lados, trabajando, con sus motos rugiendo o recomponiéndose en el taller amigo, cada uno en sus cosas, casándose más tarde, teniendo hijos, viéndolos crecer en las fiestas de cumpleaños, saboreando las bondades de la existencia o sufriendo penares, como todos los mortales.
Más adelante en el tiempo las nuevas brasas también dieron calor, con más comensales en la mesa, descendientes de la amistad.
Los muchachos sintieron en todo momento como propio el bienestar de una casa grande estilo entre bohemia y familiar. Punto de reunión de ideas, de ratos felices, mates, cuentos, bromas y cuántas cosas más de cualquier grupo que ve marcada su vida por cuestiones amigas.
Los muchachos vieron pasar el tiempo, alguno perdió la flacura, otros el pelo, vieron crecer niños unidos en continua amistad y siempre volvieron a cobijarse en el fuego de unas brasas perdidas y en la excusa de 40 naipes.
Definir tanta vida en pocos versos es como tener en la mano un glorioso tute de reyes, cuando al tenerlo a veces disimulas bien el sentimiento y otras la cara se te cambia por lógica reacción.
Muy pocas veces en la vida tiras en la mesa esos cuatro reyes ganadores. Liberas los minutos tensos del juego luego de la espera de otra base y entonces todas las emociones y felicidades se transmiten en la sonrisa satisfecha de la pequeña hazaña conseguida.
La gran casona de gran patio, con doble parrilla adentro y afuera como queriendo asegurar la reunión, ignorando inviernos o veranos de ocasión. La casa de puerta verde abierta que la señora hacía sentir como propia a todos los muchachos. La casa que el señor tan inteligente y sensible como bohemio brindaba con generosidad.
Esa casa era y por siempre será, como un rincón indisimulable de la vida de varios muchachos. La casa de la cual Carlitos nunca se fue.
Un recuerdo y realidad plenos de sensaciones. Grande y abrazadora, la casona de puerta verde de la calle Ituzaingó es como el mejor tute de reyes que se pueda soñar.

viernes, 25 de septiembre de 2009

LEÓN FELIPE

Publicado en Semanario Entrega 2000 el 18.09.09
COSAS DE POCA IMPORTANCIA
Enrique dijo: "Alterio recitará León Felipe en Palma este lunes, ¿voy por las entradas?".
Entonces ese lunes, disfrazados de cultos, nos fuimos al remozado Teatro.
Había una larga cola para entrar y un tono rioplatense bien marcado, más bien argentino, claro. La función tenía título: "Como hace 3.000 años".
El teatro casi lleno y Héctor Alterio apareció en escena con sus casi 80 años. Junto a él José Luis Merlín, su amigo, guitarrista. ¿Mantendrían dos personas una actuación durante más de una hora?
Alterio despejó todas las dudas. Fue una mezcla de recitar y actuar, con la sencillez de los virtuosos. Merlin hizo poesía con la guitarra, intercalando solos para que descansara el viejo maestro. En el escenario sólo una mesa, dos sillas y dos atriles.
Mezcló alguna poesía de otros autores, pero básicamente ese lunes, se recordaría a León Felipe, el español que tuvo que emigrar a América, donde finalmente murió.
Y León Felipe no es de rimas que faciliten la memoria. Pero es palabra comprometida que penetra y deja huella. Es también de poemas largos. Pero Alterio no leyó.
Mantuvieron la actuación durante más de una hora, mantuvieron el silencio y el aplauso y la puesta en pie. La palabra del poeta sigue siendo utilizada para hacer pensar y para sentirnos identificados los que andamos vagando por el mundo. Llenaron de León Felipe la noche palmesana y transmitieron el sentir y el dolor del poeta errante.

jueves, 24 de septiembre de 2009

Bruno, el de "Luis Ernesto" (relato 6)


Bruno Castro Bombi

A fecha de hoy (setiembre 2009) Bruno es ya un adolescente. Hijo de Luis Ernesto y Ana María. Foto que me regalara Luis.

"... el tiempo le fue quitando la flacura y el pelo, pero su cabeza se cubría siempre con una gorra negra. Igual a la que un día regaló y que aún se guarda junto a la foto del crío, miles de kilómetros allende el mar..." (de "Luis Ernesto" relato 6 del libro "Cartas").

miércoles, 23 de septiembre de 2009

"CARTAS" - "Luis Ernesto" (relato 6)

Dedicado a mi amigo Luis Ernesto Castro (el flaco Peter)
Luis hecho postal era verlo pedaleando en su bicicleta. Tenían nombres. La Hermenegilda fue una de sus más fieles y queridas dos ruedas a pedal que la cuesta del Barrio Cerro lo veía subir, tanto para ir a trabajar como para frecuentar alguna vieja cantina sindical.
Fue de los que tenía el pelo largo en época rebelde, cuando se los veía como los tipos raros y marginados de una sociedad que entonces vivía la dictadura, el uniforme liceal, el pelo hasta el cuello de la camisa, la cara afeitada y las buenas costumbres de la disciplina.
Rockero en esencia y de un músico conocido su apodo inglés. Vanguardista en música en tiempos donde lo común era escuchar los sempiternos cantantes que nunca decían nada. Sin embargo, Luis se fue formando en el mensaje y descubriendo cada vez más los sonidos y voces ocultas, siendo autodidacta en aquello de valorar la libertad y comenzar a sentir las libertades personales.
Flaco, alto y pelo largo que lo hacían parecer al Jesús de los cristianos. Tal vez esa imagen podía ser Luis hecho postal.
Viajó por varios sitios en sus épocas de plomo de la orquesta. Volvía a casa junto con la salida del sol, en donde lo recibía su cuarto de soltero, en la casa de Irma y Juan, en el corazón de un barrio trabajador.
Luis podía decirlo todo con una mirada de humor cómplice, con una ocurrencia de momento dicha en particular modo y con gesto único. Se podía reír de todos y de sí mismo. Podía alargar la noche bebiendo, compartiendo y cantando. Fue murguero de humilde murga. Prefirió el mensaje a compartir un buen coro. Tenía la voz grave y en el grupo destacaba por su altura.
Luis, el cigarrillo y el mate. Tal vez podía ser esa su postal. Sentado con el mate, con el cigarrillo en los labios y el humo alrededor. Sabía cebar hasta un par de termos aguantando la misma yerba.
Un día se enamoró, se casó y cambió su vida. Le resultó buena la convivencia que algún día temía hacerle perder su libertad de soltería. Sus temores desaparecieron bajo el cobijo de una compañera fiel y de un par de críos que por seguro son sus propios ojos.
El nombre de su hija lo soñó desde siempre, por aquello de una bufanda roja y negra que escribía en las paredes resistir. Luis sabía ganar tiernos desafíos de amistad.
Pasaba el tiempo y la fiel Hermenegilda, silenciosa y obediente, siguió acompañándolo, esperando la trasnochada cada vez menos frecuente o para ir al trabajo, porque había que pedalear cinco kilómetros. Antes trabajaba en la misma empresa pero en la ciudad. En la cuadrilla que reparaba las pérdidas de agua. Luis prefirió la calle al escritorio. Prefirió salir en la cuadrilla subido en la caja del camión. Se ubicaba al medio, los brazos adelante para sostenerse, más alto que sus compañeros. Andaba como dando la cara, como sintiéndose orgulloso de su condición de obrero.
Cuando el camión pasaba junto a algún conocido sonaba ronca la voz de Luis nombrando con particular acento, con inconfundible humor y tan sólo con sentir esa grave voz la sonrisa aparecía en la persona nombrada.
Parece que Luis recibió nombre de futbolista. Pero de fútbol sólo sabe sufrir desde atrás del alambrado con su cuadro ferrocarrilero del barrio primero o el viejo y glorioso albo de las mil batallas. El tiempo le fue quitando la flacura y el pelo, pero su cabeza se cubría siempre con una gorra negra. Igual a la que un día regaló y que aún se guarda junto a la foto del crío, miles de kilómetros allende el mar.
Se puede confiar en Luis, se puede reír mucho con su irónico humor, se puede conversar de todo y de todos, se puede cantar, se puede compartir una tristeza y siempre se puede recibir un abrazo fuerte que te hace rebotar contra su pecho.
Hoy Luis ya no anda en el camión. Pero si se debe elegir una postal, es la de ese flaco alto mostrando altivo su condición, nombrando con grave voz a sus amigos mientras pasaba el camión.

domingo, 20 de septiembre de 2009

"CARTAS" - "La canchita del barrio Pamer" (relato 5)

En la canchita del barrio Pamer pasamos largas tardes de infancia jugando al fútbol con un montón de amigos que siempre se recuerdan.
"No fue gol, pasó por arriba del palo", que no era otra cosa que una piedra grande o en su defecto un par de camisetas enrolladas que hacían las veces de postes de un arco de fútbol.
"No seas malo, entró recontra bien", era la respuesta que daba inicio a una discusión que finalmente ganaría el más insistente o cuando aflojaba el que iba ganando el partido.
"Alta, alta", era el grito de un defensa que veía como la pelota entraba en su arco, siempre formado por sólo un par de piedras o un par de camisetas, o quizás un par de sandalias de verano, pues muchos jugadores solían jugar descalzos. Comenzaba otra discusión en donde todo pasaba por el imaginario travesaño. Entonces había que hacer el gol "por abajo", si no, no vale.
Los arcos eran chiquitos. Se medían pie a pie. Podían ser tres, cuatro o cinco pies. Del otro lado otro mediría igual. Previo aviso al comenzar el partido: "los goles de cerca", pues claro, no había arquero. La cancha, improvisado sitio delante de la actual escuela, no era grande. No valía patear de lejos buscando el gol, sobre todo si había pocos jugadores. Luego vendrían las discusiones de donde era "cerca" y donde era "lejos".
Los límites de la cancha estaban perfectamente delimitados en sus costados. Un alambrado que la separaba del predio de la escuela y del otro lado una cuneta que separaba el campito de la calle. Pero otra gran discusión aparecía al momento de saber cuando corner y cuando no, líneas de fondo dejadas al libre pensamiento de momento. La canchita tenía su cuesta abajo, por supuesto, y sobre el lado de la cuneta otra bajadita que dificultaba el accionar de los jugadores, sobre todo las grietas al secarse luego de la lluvia.
Dos supuestos buenos futbolistas iniciaban la elección de compañeros que al ser nombrados, marchaban junto al elector, de por sí líder del equipo. Podía haber número de jugadores impares. Por lo tanto, el primero que llegara iría al equipo de menos jugadores, luego de la clásica pregunta: "¿pa´que lau pateo?". La suerte diría si el próximo jugador sería un talentoso o un mero patadura rápidamente ubicado en la defensa: "vos atrás". Más tarde, si los que llegaban inclinaban mucho la balanza se gritaba pidiendo un talentoso y ofreciendo a cambio, por supuesto, el peor de los nuestros. Cambio de bando en el acto.
La hora de reunión era generalmente a la tardecita. En invierno era al regresar de la escuela, en verano al caer el sol. Como "la canchita" estaba ubicada en lugar privilegiado del barrio era posible verla desde las casas. Otros metían oreja, pues era común escuchar a lo lejos cuando pateaban la pelota. Esta podía ser de goma, de plástico y en el mejor de los casos de cuero. Ni que hablar cuando aparecía una nueva de cuero, una "5". El gran problema eran las pinchaduras. Si la pelota se iba a las matas espinosas las caras se contraían ante la eventual pinchadura. Las de goma quedaban hechas un desastre, pero igual se seguía pateando una goma sin aire. El drama aparecía cuando se pinchaba una nueva de cuero.
No había mucho dinero circulante. Entonces lo mejor y sobre todo en verano, era jugar "en patas". Por lo tanto, quienes aparecían con championes de goma debían descalzarse, para emparejar. El empeine dolía cuando había que patear fuerte, pero no había otra. Y cuidado de las piedras sueltas.
"Foul acá", era la expresión de quien se consideraba agredido. Nuevas discusiones y aunque el equipo rival se fuera raudamente al arco contrario, el delantero que perdiera la pelota seguía gritando: "foul acá dije", señalando con el dedo el lugar exacto de la supuesta falta. "Qué va a ser foul, te la saqué limpita, andá a jugar a las muñecas", eran entre otras, expresiones de respuesta y a su vez de aceptación.
A quien no se le discutía mucho era al ocasional dueño de la pelota, más si era la única de la tarde. Este dueño del balón tenía otra condescendencia con respecto a otras tardes, se le pasaba la pelota con más asiduidad y si se podía se le ofrecía un gol servido en bandeja.
"5 a 3 vamos ganando", gritaba el defensa para dejar bien claro el tanteador. "Nooo, Walter hizo dos, el Negro y después Galito". "No, el de Galito no vale, pasó por arriba del palo".
Para la historia quedó la respuesta de Pico, quien se sintió recriminado por sus compañeros porque no controló la pelota una tarde llena de sol y calor. "¿Qué querés?, si venía salpicando", se defendió.
En fin, ya lo recordarán Enrique o su hermano Oscar, los primos Juan y Gustavo, los otros hermanos Julio y Eduardo, el Pingüino y José, William, Cachito, el otro Oscar, Carro, Pablo, el Capincho a veces, Pedro, los más arriba nombrados y algunos otros que al no recordar igual los hago partícipes de aquellos años de niñez y adolescencia.
La canchita del Barrio Pamer era como el semillero del amarillo Remolino de la Liga Chacarera, en donde jugaban los más grandes, los hombres, en la cancha grande ubicada entonces atrás de lo Ohaco. Tiempo después cambiaron la canchita nuestra y quedó dentro de la propia Escuela 110 y con arcos, hechos por los mayores, con palos cortados de los montes vecinos. Algunos hicieron líneas, pasándoles la azada y entonces hasta algún campeonato apareció como beneficio escolar, en donde hubo que defender todos unidos al barrio frente a los temibles equipos que venían de la ciudad, como el Piteta, entre otros. O las heroicas visitas a los campeonatos de la otra Escuela cercana, la 32.
En fin, una canchita llena de recuerdos, como tantos campitos de tanta historia. En donde "el que la tira la trae".
En donde podías ir ganando 11 a 2, saboreando la goleada, mientras el sol se iba escondiendo del todo. Entonces del cuadro perdedor surgía el grito desafiante: "el que hace el último gol gana" y los perdedores por goleada igual se iban contentos en las sombras de la noche que se venía, riendo a carcajadas, con un gol fantasma que vaya uno a saber si la pelota entró o pasó por arriba del palo.

viernes, 18 de septiembre de 2009

Los Blanes Viale y su calle palmesana

Publicado en Semanario Entrega 2000
Pedro Blanes Viale, nacido en Mercedes, Uruguay en 1878 fue hijo de Rosa Viale Carvajal, mercedaria y del Dr. Pedro Blanes Mestre, médico mallorquín. En 1893 la familia se instala en Mallorca, en tanto Pedro Blanes Viale viajará frecuentemente a Uruguay formando una doble residencia. Fue en Montevideo, en 1926, donde dicen que murió. Su obra, como la de todos los artistas, obviamente lo ha hecho vencer a la muerte.
En el año 2003 la Real Academia de Bellas Artes de San Sebastián y la Real Academia Mallorquina de Estudios Genealógicos, Heráldicos e Históricos se unen para organizar conferencias en torno a la "saga" Blanes Viale. Ofrecieron charlas por los hermanos Pedro y Tomás Blanes Viale. Rafael Perelló Paradelo habló sobre "El pintor Pere Blanes Viale" y el Prof. Dr. José Luis Nieto Amada, de la Universidad de Zaragoza habló sobre "El malogrado investigador Tomás Blanes Viale". Tomás murió joven y fue destacado discípulo de Ramón y Cajal, el padre de la neurociencia moderna. No fue el único uruguayo en desarrollarse en España junto a Ramón y Cajal, también lo hizo Clemente Estable.
El 25 de abril de 2006, a partir de las 18 hs., se reunió el Pleno del Ayuntamiento de Artá, municipio mallorquín, presidiendo la "Batlesa" (Alcaldesa) María Francesca Servera Pascual. Se produjo el siguiente diálogo en el punto denominado LEGADO BLANES VIALE.
- El Ayuntamiento de Artá en pleno va a aceptar un legado de obras de arte del pintor Pedro Blanes Viale. Según nos hemos enterado la última de las donatarias ha muerto cuando el Ayuntamiento recibía esta donación.
Respuesta: Estamos pendientes del Juzgado, ya que uno de los herederos es menor de edad.
- ¿En qué condiciones lo hará?
Lo hará en pleno dominio, mediante escritura pública de donación.
- ¿Se han tasado por un experto las obras de arte, tal como se había acordado?
No se había acordado en el plenario, pero a la Comisión Informativa usted va a demandar que cuando los cuadros estuviesen aquí, se tasarían y se haría una ficha de cada uno. Eso se hará cuando los cuadros estén aquí.
La calle Blanes Viale se encuentra en Palma de Mallorca. Es corta. Va desde calle Osca hasta calle Zuloaga. El "carrer" Blanes Viale va paralelo y al lado mismo de la Vía de Cintura, autopista que abraza a la ciudad de Palma. De un lado hay un muro que la separa de dicha Vía de Cintura y del otro lado edificios que corresponden a tres manzanas. Las otras dos calles que hacen esquina con Blanes Viale son Sorolla y Prosperitat. En la intersección de Blanes Viale y Zuloaga encontramos un aljibe en plena vereda, seguramente integrante de alguna vieja construcción, pero que los habitantes de Palma han sabido conservar. Un espacio grande, tipo pequeña placita, con un par de bancos para tomar el sol y descansar están integrados al "carrer" Blanes Viale. Del lado del muro que la separa de la Autovía varios árboles prolongan su sombra.

jueves, 17 de septiembre de 2009

Calle Blanes Viale en Mallorca


En Palma de Mallorca existe la calle Blanes Viale. En extensión es corta, unas tres cuadras. A su izquierda la Vía de Cintura, una ruta que abraza la ciudad. Tiene la calle la particularidad de tener un viejo aljibe en la vereda, como decorado que recuerda épocas pasadas. Pedro Blanes Viale, nativo de Mercedes, Uruguay, pasó buena parte de su vida en Mallorca, pues su padre era mallorquín. Cuadros de Pedro fueron donados al Municipio de Artá en Mallorca. Pero la calle también recuerda a su hermano Tomás.




lunes, 14 de septiembre de 2009

LA PALABRA, PODEROSO SOBERANO

Columna publicada en Semanario Entrega 2000 de Mercedes, Uruguay, el 11/09/09, como agradecimiento a quienes han leído "Cartas".
"Estimado Pepe:
Hace algún tiempo salió publicado "Cartas", un deseo personal, una vía transmisora con mis familiares y amigos, intentando llegar a ellos por la escritura ordenada de un libro.
Los objetivos, sencillos, han sido logrados. Mover una sensibilidad de cualquiera de los ocasionales lectores era un desafío y a su vez era quedar satisfecho por la tarea emprendida.
Estas líneas sólo pretenden llegar a aquellos que ocuparon su tiempo leyendo "Cartas" para agradecerles la dedicación.
"La palabra es un poderoso soberano, que con un pequeñísimo y muy invisible cuerpo realiza empresas absolutamente divinas... Las sugestiones inspiradas mediante la palabra producen el placer y apartan el dolor. La fuerza de la sugestión se adueña de la opinión del alma, la domina, la convence y la transforma como por una fascinación..." (Elogio de Helena, Gorgias).
Los comentarios llegados me devolvieron las similares emociones que uno buscaba y encontré a través de esas escrituras recibidas, sensibilidades que de algún modo también nos han persuadido, también nos han sugestionado, transformando nuestro pensamiento. Discutible si las palabras persuasivas quitan la libertad, por influir en nuestras ideas. Pero al menos, las palabras recibidas en este tiempo, llenas de afecto, pueden bien quitarme esa libertad de pensamiento, que las evocaciones sensibles finalmente también nos traen placer.
Hace algún tiempo se plasmó la idea vieja de publicar algo, especialmente dirigido, todo real.
Contaba con mis familiares y mis amigos. Con José Olazarri, que me orientó y guió, permitiéndome formar parte de la Colección Soriano, con José Enrique Lécaille que se metió en la idea sintiéndola como propia, con Oscar Pérez Carranza, que encaró el trabajo pedido con su habitual buena hombría. Y con todos los demás también conté. Estuvieron. Están.
Por lo tanto, Pepe, sirva tu espacio para agradecer a quienes recibieron la idea y la valoraron. Me han hecho sentir bien, que era simplemente lo que esperaba. Si los ves por la calle, dales un abrazo de mi parte."

viernes, 11 de septiembre de 2009

"CARTAS" - "Salvador y José" (relato 4)

Dedicado a Salvador "Sabito" Sierra, director técnico en mis años de fútbol infantil celeste y a José Domingo Marotta Maimone, mi abuelo que no conocí, uno de los fundadores de Olímpico, su primer secretario, su primer delegado en la Liga y alguna vez su presidente.
"Cuantos niños habrán sido invitados por sus amigos para disfrutar corriendo en las canchitas del Parque Don Bosco. Mi madre dijo que sí y mi padre, de sentimiento metido adentro, seguro que se puso muy feliz.
Fue así que domingo tras domingo el viejo y verde Nash 90-939 arrancaba desde el Barrio Pamer a la ciudad, cruzándola toda y con destino en el viejo Parque.
La primer tarde El Viejo me llevó junto a un hombre de tierna mirada. Fue así que conocí a Salvador. Recuerdo siempre su andar, su rostro y su mano cariñosa en la cabeza, su caminar al costado de las canchas alentando y dando indicaciones, dándose vuelta para seguir alentando en las otras canchas a los de otra categoría. Siempre estaba, con frío o calor junto a las bolsas con camisetas. Este niño iba de pantalón corto negro y unas medias celestes largas, con un final negro que se doblaba por debajo de la rodilla. No recuerda si las hizo la abuela o la madre. Al acercarse la hora esperaba con ansiedad que Salvador abriera la bolsa y comenzara a repartir la celeste camiseta.
Jugar era un deleite. Junto a Pablito, Karlen, el otro Pablito, Gonzalo y Javier y otros más. O subir de categoría junto a Manzanarez o Carqueja, que siempre me lo recuerdan.
Jugar de tarde los domingos en el Parque era una felicidad completa. Esa satisfacción seguro sentiría El Viejo, hincha celeste e hijo de José, el abuelo que vio nacer y crecer al club. Este niño se dio cuenta de eso después, de grande, al conocer más la historia del padre de aquel padre y ver su foto presidente en el club del Cerro.
Fueron algunos años de gorriones, de semillas, cebollas, de baby, de medirse la altura en el Colegio San Miguel o de comer mandarinas en el Parque. Fueron algunos años de celeste, de Salvador, de algún campeonato ganado o de alguna final perdida en los penales.
El fútbol, que se alejaría de mí poco tiempo después, logró que algunos de aquellos compañeros hasta lograran campeonar en la primera para sentir una felicidad de privilegio. Aquellos goles de la primera que, gritados por la hinchada, se sentían desde el Parque.
Cientos de niños recibieron la mano cariñosa de Salvador y esperarían con los ojos bien abiertos el reparto de la camiseta cielo. Cientos de niños pueden contar historias como estas. Las mandarinas, la ansiedad y seguro muchas cosas que no se recuerdan, porque cuando los botijas empezaban a correr tras la pelota era olvidarse de todo.
De grande se sienten revivir cosas que de niño uno no se da cuenta. Haber estado tan cerca del abuelo al vestir su querida camiseta. Toda una alegría, por qué no decirlo.
De Salvador, presidente para siempre, siempre el recuerdo. Con Hugo lo recordaba un día a la tarde, hablándonos en radio de celestes cosas y de su padre, paciente consejero, mientras esperábamos los niños ansiosos salir corriendo para la cancha.
También me hubiese gustado verlo a José al costado de aquellas canchitas infantiles. No pudo ser, vestido de celeste él se había ido algunos años antes para siempre y por allá lejos, donde parece ser que todo es celeste también."

jueves, 10 de septiembre de 2009

Sociedad Italiana de Mercedes, Uruguay

En 2006 el pte. de la Sociedad Italiana de Mercedes Walter Toneguzzo visitó sus familiares en Mallorca, España y tuvimos oportunidad de compartir con él charlas y paseos. Recibimos de él este banderín conmemorativo de los 125 años de la Sociedad Italiana de Mercedes, Uruguay, más una medalla alusiva.
Agradecemos.
Mis antecesores, venidos de Italia y otros nacidos en Uruguay, estuvieron vinculados a la Sociedad Italiana y a la Banda de Música, génesis de la actual Banda Municipal.

miércoles, 9 de septiembre de 2009

"CARTAS" - "La Carta" (relato 3)

Dedicado a mi abuela materna Emma Sixta Rezzónico Busca de Francia
La abuela ayudaba en la casa y hacía los mandados con su particular paso lento. Le gustaba cuidar de verduras en su pequeña quinta y de los árboles frutales. Cuidaba plantas y comía disfrutando bajo la higuera. Criaba pollos y con su también particular llamado caminaba entre ellos mientras les daba de comer.
La abuela tomaba sus mates al caer la tarde, en el gran patio de la casa de barrio semi rural. Le gustaba conversar y hasta era común encontrársela hablando sola. Curaba los empachos con la vieja cinta de medir, usaba lentes, tenía fotos del abuelo en su dormitorio y un gran cuadro con una virgen, era muy creyente. Disfrutaba cuando sus hijos y sus familias se reunían en domingo junto a la mesa.
La abuela, de cuerpo grueso, tenía el paso cansino y se hamacaba al andar. Cobraba su pensión de viudedad y tejía zapatitos de bebé que vendía en las tiendas del pueblo.
Tenía recuerdos de la panadería de Francisco, su esposo. Tenía recuerdos para sus hermanos. A Pato lo visitaba a menudo y Carlos prefería llevarle a su casa las verduras por él cosechadas. La abuela había enviudado joven y tenido cuatro hijos. El menor, el varón, sus ojos, el Nene.
El niño creció y se hizo camionero. Cuando los tiempos de cosechas se iba al este y se ausentaba varias semanas. Cuestiones del arroz.
Una vez le envió una carta a la abuela. Sólo ella la leyó, claro. Pero las lágrimas de la abuela hacían leer.
Más tarde, más calmada, un nieto le acercó papel y lápiz. "Para que le respondas, abuela". Sentada junto a la mesa quedó sola. Al largo rato su nieto se acercó otra vez. La hoja temblando en una mano y en la otra el lápiz, también temblando.
"Querido Alfredo...", había logrado escribir. Luego papel en blanco y unas cuantas gotas caídas de sus ojos.
"No importa, abuela".
La carta nunca se envió. Seguro que aquel niño camionero igual la recibió.

martes, 8 de septiembre de 2009

"CARTAS" - "Alfredo" (relato 2)

Dedicado a mi tío Alfredo Francia Rezzónico
La última vez que nos vimos me abrazó llorando. Fue una despedida que no intuí. A los pocos días murió mientras trabajaba. Estaba en una cantera y nunca llegué a saber a ciencia cierta como fue.
En vida transitó mil kilómetros y mil más. Y cuando se cansaba de recorrerlos volvía a transitarlos y luego otros mil. El camino que lo vio en vida también lo despidió en su último viaje.
Su existencia pasó ligada a un camión. En él dormía incluso en crudas noches de invierno, con él trabajaba y seguramente hasta hablaría con él en la soledad del camino.
Algunas veces, niño-adolescente y como aventura, viajé con él. Y otras veces lo vuelvo a hacer..
Era un hombre normal. Se ganó la vida trabajando. Forjó su familia trabajando. Suerte la de saber que fue feliz en casa y en el camino.
Una vez lo vi toda la tarde con la mirada perdida. Al día siguiente le emparchaban el corazón. Sus días de hospital.
Después siguió siendo auténtico, sencillo y normal, como siempre.
Los sábados de noche amigos, asado y claro, un buen vino. El vino le hacía mal a sus parches, pero lo hacía disfrutar. No dudó en optar por ser feliz.
Tuvo tres crías, aunque buscaba siempre a Panchito, que nunca llegó.
Quería una camiseta roja y en el 80 nos abrazamos en la cancha. Por esa camiseta había luchado en cien batallas. Tenía la cabeza calva, el cuerpo ancho y un día me regaló su bicicleta.
Los asados de domingo al aire libre los hacía él, cuando la abuela todavía vivía.
Un tiempo trabajó en una fábrica y yo lo acompañaba en el descanso, pero fue un tiempo, nada más.
Claro, fue él quien me enseñó a conducir y alguna vez me fue a ver jugar con su misma camiseta roja de las cien batallas.
En realidad no tengo mucho más para decir porque era sencillo, normal. Era trabajador y disfrutaba de lo cotidiano, de sus pequeñas cosas y de una mesa compartida al mediodía.
Yo, para ir a mi casa pasaba por su casa y si el camión estaba "está".
Era como un padrino, qué se yo. O como el tío que siempre uno quiere tener.
Pero la última vez que lo vi me abrazó llorando. Siempre va conmigo ese momento y el lugar exacto. Más de un minuto largo de un sábado a la noche. Le dije "tranquilo, estoy bien". Y él se fue sin decir nada. Yo no sabía que se estaba despidiendo.
Pero cada tanto sigo viajando con él.