La última vez que nos vimos me abrazó llorando. Fue una despedida que no intuí. A los pocos días murió mientras trabajaba. Estaba en una cantera y nunca llegué a saber a ciencia cierta como fue.
En vida transitó mil kilómetros y mil más. Y cuando se cansaba de recorrerlos volvía a transitarlos y luego otros mil. El camino que lo vio en vida también lo despidió en su último viaje.
Su existencia pasó ligada a un camión. En él dormía incluso en crudas noches de invierno, con él trabajaba y seguramente hasta hablaría con él en la soledad del camino.
Algunas veces, niño-adolescente y como aventura, viajé con él. Y otras veces lo vuelvo a hacer..
Era un hombre normal. Se ganó la vida trabajando. Forjó su familia trabajando. Suerte la de saber que fue feliz en casa y en el camino.
Una vez lo vi toda la tarde con la mirada perdida. Al día siguiente le emparchaban el corazón. Sus días de hospital.
Después siguió siendo auténtico, sencillo y normal, como siempre.
Los sábados de noche amigos, asado y claro, un buen vino. El vino le hacía mal a sus parches, pero lo hacía disfrutar. No dudó en optar por ser feliz.
Tuvo tres crías, aunque buscaba siempre a Panchito, que nunca llegó.
Quería una camiseta roja y en el 80 nos abrazamos en la cancha. Por esa camiseta había luchado en cien batallas. Tenía la cabeza calva, el cuerpo ancho y un día me regaló su bicicleta.
Los asados de domingo al aire libre los hacía él, cuando la abuela todavía vivía.
Un tiempo trabajó en una fábrica y yo lo acompañaba en el descanso, pero fue un tiempo, nada más.
Claro, fue él quien me enseñó a conducir y alguna vez me fue a ver jugar con su misma camiseta roja de las cien batallas.
En realidad no tengo mucho más para decir porque era sencillo, normal. Era trabajador y disfrutaba de lo cotidiano, de sus pequeñas cosas y de una mesa compartida al mediodía.
Yo, para ir a mi casa pasaba por su casa y si el camión estaba "está".
Era como un padrino, qué se yo. O como el tío que siempre uno quiere tener.
Pero la última vez que lo vi me abrazó llorando. Siempre va conmigo ese momento y el lugar exacto. Más de un minuto largo de un sábado a la noche. Le dije "tranquilo, estoy bien". Y él se fue sin decir nada. Yo no sabía que se estaba despidiendo.
Pero cada tanto sigo viajando con él.
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