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RAMÓN
Apreciado Aldo:
En la feria de Bella Vista, en Santiago de Chile, caminábamos Ramón y yo y encontramos un artesano, un grabado con una poesía breve de Neftalí.
Si accedo a tu pedido estaré contrariando al maestro Quiroga en su línea 9 del decálogo. Pero aún así pienso que, desafiándolo, deberían pasar muchos días, quizás semanas y ni aún con el paso del tiempo lograríamos siquiera disimular en el recuerdo de Ramón esos consejos del perfecto cuentista. La emoción está.
No muere la poesía pero queda herida de sangre aunque ya hacía un tiempo que no se expresaba. La última vez que lo vi fue en su casa, hace año y medio atrás y comencé a decir “piden algunos que este asunto humano...” y él entonces siguió “de nombres, apellidos y lamentos” hasta concluir en ese pacto de amor con la hermosura, en ese pacto de sangre con su pueblo, mientras Néstor nos miraba, el mismo Néstor que lo cuidaba y lo hacía perfecta caricatura o dibujo desde sus manos. Ramón volvía a recitar, con pocas fuerzas, sin la voz potente y clara, sin ese dominio excepcional de la pausa.
Algunos dicen que estaba loco.
En noches de invierno Ramón se cocinaba unos guisos carreros en el sindicato papelero y si había algún muchacho humilde en la vuelta no se iría sin sentarse a la mesa. Como el afecto que le brindó a toda la gurisada que hacía deportes y a todo acto solidario al cual se le invitaba a recitar. Más de cuatrocientas poesías almacenadas en su memoria y muchos relatos o cuentos de eterna lectura. “Su majestad el hambre” del joven Herrerita, cuentos que lo hacían actuar.
Se nos fue un callejero, como dice Gustavo y se fue la poesía y el vozarrón en la calle, el humo del cigarro en su figura, el termo bajo el brazo, el mate y los infaltables apodos cariñosos, la visita inesperada. Hacía llorar de risa y de tristeza, así nomás en un minuto mandaba cambiar la risa grotesca por el lamento de un personaje de sus versos. A veces él se transformaba en un personaje de esos sus propios versos, por aquellos que se aprovechaban de su indefensión.
En la feria de Bella Vista estaba grabada aquella poesía que tenía en su principio la poderosa determinación de una persona expresada en ocho palabras y a partir de allí comenzó a recitarla. También lo vi caminar frente a la Casa de la Moneda y seguramente vagaba en el tiempo recordando el Manifiesto de Neftalí que sólo él hacía entrar con tanta fuerza en pensamiento, cuerpo y alma: “yo pertenezco a otra categoría y sólo un hombre soy de carne y hueso, por eso si apalean a mi hermano, con lo que tengo a mano lo defiendo...”
Hacía tiempo que La Loba III era historia y el río Negro también o el vozarrón inesperado en cualquier calle o a cualquier hora. Román, el buenazo de su hermano, se había ido y Ramón ya ni siquiera era Lazarillo.
Año tras año Ramón entraba en depresión. Desaparecía de sus lugares habituales y al visitarle no se recibía respuesta, ni un saludo, nada. Su mirada perdida sin importarle que alguien le hablara. Al tiempo volvía, sin preguntas. Ramón amaba la libertad porque estaba preso de un encierro de vida. ¡Que saben ellos!
La última vez que lo visité Jorge estaba por allí y le escribió con absoluta razón “con un estilo tan único de expresar, que hasta los silencios se hacían escuchar”... era ese dominio excepcional de la pausa y del momento que te hacía temblar por dentro y esperándolo. Entonces llamamos a Emilio en Santiago y Ramón recuperó luz en su mirada y conversó. Respondía con afecto, memoria y alma a quien siempre le dio respeto y valor y actuó con él.
Ramón también respetaba a su público, aparecía temprano, impecable de traje y corbata para llenar la noche de arte junto al Poeta loco, dijera Luis Ernesto. A veces se presentaba tal cual lo encontraba la ocasión pero otras desparramando amor.
Apreciado Aldo, me cautivé con Fernández Ríos y su poesía rebelde y sangrante por la memoria de Ramón, “...y siempre voy vagando. Y si algún día siente mi espíritu, apagarse la fe que lo alumbró, sabré morir de angustia, más sin doblar la frente, sabré matar mi alma, pero arrastrarla no...” y todos aplaudían a Ramón que cumplió en vida lo que recitó.
No recuerdo nada malo de Ramón. Si lo hubo que lo recuerden otros. Me quedo con su nobleza y solidaridad, hasta con su inocencia. Con su bohemia, bonhomía, el conocedor de los códigos no escritos de esa bohemia que era él. Como lo popular, como el sumergido o el infeliz. A todos los llevaba en verso porque los sentía.
En uno de esos períodos de depresión solitaria los trabajadores papeleros decidieron marchar a Montevideo reclamando justicia. El pueblo se revolucionó aquel día y hacía días que Ramón estaba en su introvertido mundo en máxima expresión en soledad sin salir de su casa. La columna obrera marchaba por la calle Lavalleja rumbo a la ruta. En eso pasa el ómnibus del sindicato cuya misión era llevar gente para acompañar la salida de la ciudad y en eso, que nunca se me olvidará, iba sentado junto a una ventana, mirando fijo adelante y a la nada, parecía que no existía más nada que él mismo, la película donde todo queda en silencio se me presentó ese momento, el humo alrededor y la conciencia nunca perdida. Era Ramón y algunos decían que estaba loco. ¡Que saben ellos!
A veces parecía un niño, ingenuo y bondadoso. Otras ese muchacho bandido que aprovechaba su condición y siempre el que llegaba a cualquier reunión para hacer llorar de risa a todo el mundo. Con su carisma, su dominio excepcional de la pausa. En un momento de auténticas risas colectivas tantos seguirán recordando a Ramón.
Muchos corren tras la bohemia buscando su magia pero él nunca necesitó hacerlo. La bohemia es él.
En la feria de Bella Vista compramos aquel grabado y lo trajimos a Mercedes y allí quedó colgado en la pared del sindicato esa poesía breve de un inicio de ocho palabras de fuego que Ramón comenzaba a recitar. Creo que hacía realidad sus versos.
Lo quiero recordar así, con la foto que te envío, apreciado Aldo. Unas fotos de un cartel que increíblemente guarda Rodrigo en Santiago. Un Ramón impecable, respetuoso de su público, con el poeta loco que siempre lo valoró y en una de esas noches inolvidables donde Ramón repartía afecto, sabiduría y comprensión. Noches que lograban que cada día lo quisiéramos más y en donde dejaba prendido en tu pensamiento el deseo de un mundo mejor.
Un abrazo a su familia, que lo cuidó.
Siempre volveremos a pasar por el corazón a Ramón. Es la huella de los hombres nobles.
La poesía seguirá viviendo pero ya nada será igual, está sangrando y por los ojos, nadie la recitará igual.
“Quiero estar en la muerte con los pobres...”