VENECIA EN EL RÍO NEGRO - MIGUEL A. GRISI Y VENECIA
Fiesta veneciana en el río Negro. En febrero 1921 se comentaba en Mercedes el “soberbio, tan lucido, tan fuera de lo vulgar que ni los más optimistas de los que pugnaron por su realización, creyeron jamás en un éxito de tal magnitud”. Se calculó en miles las personas que se acercaron a las orillas del Hum para ver el desfile de barcos. El embarque estuvo señalado para las 21 horas y Antonio Reffino manejó “hábilmente” un poderoso reflector eléctrico colocado en un extremo del muelle de los 33. Así las embarcaciones era iluminadas generando un relieve sobre el fondo del río “que producía un efecto hermosísimo”.
“Vapores, paylebots, lanchas, chalanas, botes”, todos adornados imitando góndolas de Venecia, otras embarcaciones como si fueran cisnes, otras iluminadas, algunas con farolillos. Sobre las 21.30 hs el “Inca”, “que estaba amarrado en el muelle, embarcó su pasaje (unas 350 personas) y se puso en marcha hacia el sitio determinado por la Comisión en la mitad del río, sonaron conjuntamente todas las bocinas y sirenas de las embarcaciones y el pirotécnico señor Caracciolo, desde el extremo de la isla, atronó el espacio con una formidable salva de bombas, produciéndose un raro y estrepitoso concierto. Cientos de surtidores luminosos y de luces de bengala encendidos de pronto, al iluminar vivamente las aguas producían un efecto fantástico, maravilloso, muy difícil de describir en estas líneas de crónicas a la ligera”.
Las crónicas de la época hablan que cuando el “Inca” llegó a su sitio comenzó el desfile de las embarcaciones con conjuntos corales, musicales, máscaras, bailes en cubierta. Se destacó el baile en el “Protegido”, donde iba la orquesta “Maestros Cantores”. En el “Inca” estaba la Banda Magliacca. Coros de comparsas, murgas y mucha alegría. Sobre las 22.30 fuegos artificiales, un gigantesco Pierrot de 8 metros de altura. Los capitanes del “Inca” y el “Protegido” ofrecieron helados, refrescos y cervezas a sus pasajeros. Al día siguiente, la Comisión de Fiestas ofreció un almuerzo criollo en la isla del Puerto a los capitanes y tripulaciones de las embarcaciones que tomaron parte del corso veneciano. Fuente: archivo de la Sociedad Italiana Mercedes.
VENECIA Y MIGUEL ÁNGEL GRISI
Diez años atrás estaba metido yo en los archivos de la Sociedad Italiana gracias a la gentileza de Walter Toneguzzo y el presidente me sugirió visitar a Miguel Ángel que entonces era directivo y éste me recibió en su casa y me contó: “Fui a Italia en el año 92. Visité Roma, Florencia, Venecia, donde he estado dos veces porque me encantó, lo que más me gustó. Fui un sábado a la noche y otro año un domingo a la mañana. Sentarte en un café, escuchar música clásica o instrumental en la Plaza San Marcos fue divino, además de todo lo hermoso que es Venecia como sus góndolas, la fábrica de cristal. Volvería a Venecia. Roma también es precioso, pero Venecia tiene un encanto especial, ver esas antiguedades, un encanto fascinante, una ciudad romántica”.
“Coco” había nacido el 21 de setiembre de 1927 y aquella vez me siguió contando: “Trecchineses eran mis abuelos José Grisi Vitta y Teresa Caputto Grisi, que se despidieron de sus familiares y salieron rumbo a Brasil, a la ciudad El Dorado, cerca de San Pablo, recibidos por unos parientes que tenían grandes cafetales. Allí tuvieron dos hijos: Ángel, mi padre y Juana Grisi de Alambarri, mi tía. Luego en Mercedes cuatro hijos más. Su traslado posterior a Uruguay se debe a que su hijo Ángel quedó ciego, sin saber el porqué y un día recobró la vista. Por promesa ante la Virgen dejaron todas sus comodidades y vinieron a Uruguay con una mano atrás y otra adelante, fue el amor filial que se impuso al confort”. Trecchina en Potenza, la Basilicata, pueblo hoy de 2400 habitantes pero que aportó muchos emigrantes italianos a Mercedes, como en mi caso la bisabuela paterna.
La imagen pone una dirección, San José 709 entonces (después Roosevelt) y quien recuerda tendrá presente en su memoria los comercios de entonces y un apellido y una profesión puesta en esa hoja de asociado, “sarto”, sastre. Entre más cosas siguió diciéndome: “Estuvimos muy ligados a la abuela. Una imagen que no puedo olvidar es esa dulzura y humedad de sus ojos cuando mencionaba su querida tierra, porque el que migra lo hace pensando en volver algún día y cuando eso por distintos motivos no se concreta lo transportan a ese estado de frustración que llevan mientras vivan. No es fácil abandonar la patria. La abuela escribía constantemente a Italia y tengo algunas cartas de respuesta, eso hacía latir su corazón y era el nexo para alegrar sus penas. El silencio y su meditación luego de recibirlas era elocuente. De ahí nace mi amor por Italia”.
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