CI VEDIAMO TRECCHINA
Publicada en Diario Crónicas de Soriano, Uruguay, el 28.10.25
Trecchina está en la Basilicata. Un pueblo pequeño, rodeado de valle y montaña, desprendió una preciosa energía apenas entré en él. En el Ayuntamiento unas vecinas esperaban que abriera y me animé a entrar en diálogo. Pregunté por el apellido Maimone y una de ellas me hizo acompañarla hasta un supermercado donde trabajaba un señor también llamado así pero nos dijo que tuvo familiares emigrantes pero a Brasil, más no a Uruguay.
En la iglesia de Trecchina una placa en la pared recuerda, entre otros, al Arcipreste Biagio Marotta y caminando más allá una calle llamada Michele Marotta y me entero que fue un profesor y político nacido allí. En la placa de la plaza que recuerda a los caídos en la II Guerra Mundial aparece Francesco Marotta. Me ayudaron a comprender el por qué el bisabuelo Giuseppe se vino desde Sicilia hasta Trecchina. Efecto llamada de algún familiar, seguro. Para conocer el amor.
“Aquí donde brilla el mar, y sopla fuerte el viento… un hombre abraza a una muchacha, después de que había llorado. Luego se aclara la garganta, y recomienza el canto...”
La funcionaria que nos atendió en el Ayuntamiento me pidió volver a las 10 y a esa hora nos atendió Alessandro y hablamos. Me pidió volver a las 11. Me corrigió algunos datos de mi genealogía familiar, algún dato nuevo y me dijo que había ubicado la casa donde vivieron los bisabuelos. Yo sólo sabía que era la calle San Martino, nada más. “Te acompaño”, me dijo Alessandro, muy seguro del dato conseguido.
“Vio las luces en medio del mar, pensó en las noches allí en América. Pero eran sólo las luces de los barcos y la blanca estela de una hélice. Sintió el dolor en la música y se levantó del piano… miró a los ojos a la muchacha, aquellos ojos verdes como el mar...”
La plaza céntrica de Trecchina está bien cuidada, tiene mesas de cafés que están enfrente y algún restaurante también. Nos encontramos con un muchacho colombiano inmigrante y con Geppina, maestra italiana que trabajó en España e Irlanda y fue voluntaria en Perú, que se prestaron al diálogo que fue muy provechoso, el abuelo Francesco de 92 años cantando lírica y que luego nos saludó. Preguntamos qué poder visitar en Trecchina y cómo ir a Maratea, una playa un poco distante.
“Es aquí”, me dijo Alessandro y le di un abrazo por su generosidad. Estaba viviendo ese sueño que muchos tienen, estar en el pueblo y casa de los antepasados (imagen). “La casa ha sido reconstruida, hubo un terremoto” decía Alessandro mientras uno imaginaba en el tiempo escenas cotidianas. De esa puerta que estaba viendo salieron un día de 1896 mis bisabuelos Giuseppe y Teresa, con dos hijos, Antonino y Giácomo Santiago, embarazada ella, con pasaportes expedidos en Lagonegro, buscando un barco que los alejaría para siempre.
Salió de esa misma puerta una mujer y al apreciar nuestra curiosidad le explicamos, lo comprendió con una sonrisa y unas palabras y se fue.
“Pero dos ojos que te miran, tan cerca y auténticos, te hacen olvidar las palabras, confunden los pensamientos. Entonces todo se vuelve pequeño, incluso las noches allí en América...”
No encontré más rastros en Trecchina de los apellidos Marotta y Maimone. Pero allí siguen estando los documentos en el Ayuntamiento y hasta fallecimientos familiares ocurridos en Uruguay. Los descendientes que hemos buscado la nacionalidad sabíamos que se necesitaba que el abuelo no se hubiera nacionalizado uruguayo. Condición requerida, supongo que se mantiene. El mío, como el de tantos, seguramente fue un agradecido de Soriano, de Uruguay, pero estoy seguro que sentía que sólo tenía una patria. Esa que nunca volvió a ver. Y lo entiendo. Esa puerta que no volvió a abrir. El abrazo que nunca volvería a dar a sus padres. ¿Cómo se despide uno así?
“Te das la vuelta y ves tu vida, como la blanca estela de una hélice. Pero sí, es la vida que se termina. Sin embargo él no pensó tanto en eso. Al contrario, ya se sentía feliz, y recomenzó su canto”.
Pero cómo lo más bello es lo sentimental puedo decirte que sí encontré en Trecchina mucho más de lo que pensaba, lo de aquello esencial e invisible. Un pueblo rodeado de naturaleza, de aire puro, pleno de energía. Que me conectó con Mercedes, con una casa de la vieja calle “San José” y una vieja zapatería que forjaron los hermanos Giuseppe y Gaetano.
El día terminó en Maratea, una playa de arena casi negra, en el Tirreno Mediterráneo, hermosa y refrescante en el atardecer de un día hacía tiempo buscado. Los viajes siempre deben tener un motivo.
“Te voglio bene assai. Ma tanto, tanto bene, sai…”
Nos vemos, Trecchina. Sirva para homenajear a todos aquellos italianos que otorgaron a Mercedes un legado enorme, en especial a los italianos de los pueblos de montaña del sur y de la Basilicata en particular.
El abuelo Francesco, sombrero elegante, seguía cantando en la plaza de Trecchina la poesía de Lucio Dalla. Se giró en mirada cómplice. “Caruso”, me dijo. Y se fue.


No hay comentarios:
Publicar un comentario