Wilde Marotta, niño y Washington Caputto (con el mate) |
JUGALE A LA QUINIELA
Son casi las cinco de la mañana, es
domingo y no es que me haya levantado temprano. Hace un rato me llamó Sergio
para decirme que Tabaco se fue. Sabía algo de su situación después de la última
conversación que tuve con Daniel.
Mi día se había
entristecido por el descenso de Independiente, por esa comunión tan especial
que existe con el hermano mayor de Avellaneda. Algo que es difícil de hacer
entender a pesar de ser un equipo de otro país y a pesar de ese divorcio
irreconciliable que mantengo con el fútbol profesional. El nombre del equipo
viene de allí y la comunión ya nace con el nombre original de los Once Diablos.
Es la misma camiseta roja, ese pantalón azul que a veces cambiamos de color. Es
el mismo escudo y la misma canción que los de la banda occidental del río
Uruguay igual ya ni se acuerdan. Son esos mismos compases que abren la canción
y encogen el corazón. Es la misma manera de entender el fútbol y de jugar,
salvando las lógicas distancias. Es la misma sangre, el mismo diablo que va por
dentro, más allá de las lógicas magnitudes, insisto. Alguno ha exagerado
diciendo que es una filosofía de vida.
Descender
después de 108 años duele, descender por primera vez en la historia duele. Se
veía venir pero cuando llega el momento te das cuenta de lo que duele. Es
inevitable y sabés que la guadaña va a pasar y recién cuando pasa te das cuenta
cuanto duele.
El hincha que va al Libertadores de
América no tiene ni idea de la mágica comunión que tiene el rojo de la calle
del libertario Sánchez con ellos. Me veo trepado en el alambrado con Camilo
gritando un gol inolvidable de Paolo en un final de campeonato allá arriba en
el boulevard y se atraviesan en la memoria las mil imágenes que me marcó una
camiseta, una institución, que es columna vertebral de mi vida. Esa institución
que está al lado de mi casa. Y te lo vuelvo a decir, los reyes de copas
Libertadores no tienen la mínima idea de esta comunión de sentimientos que te
cuento. Mis hijos expresan en las redes sociales su amor independiente y yo
también, por eso de que en las malas es cuando más hay que estar.
Me duermo apenado y para colmo me llama
Sergio a las cuatro de la mañana y cuando un teléfono suena a esa hora es
porque tenés que prepararte, tenés tres segundos para hacerlo. Hace poco tiempo se nos fue Raúl y hace un
montón de años se nos había ido Carlitos y hace menos años Basilia y así la
casa de la calle Ituzaingó se me antoja desierta. Lo llamo a Daniel y me
lamento de la distancia porque uno tiene que estar con sus hermanos en estos
momentos. Y uno no está. Por más que ellos sentencian con palabras cálidas que
la cercanía y el afecto está tan vigente como siempre y que me sienten a su
lado. Después me comunico con mis hijos porque ellos son amigos de las hijas de
mi amigo. Y porque mi padre era amigo de Tabaco. Con esa condición de
amigo-hermano y mil historias para contar como se contaron y vivieron siempre.
Con esa misma bohemia que transita al lado de la sencillez y de un casín, por
ejemplo. Tres generaciones de amistad como regalo que da la vida que hoy mandó
un guadañazo terrible, a pesar de sus leyes y todos los cuentos que quieras
hacerme.
La tristeza por Independiente pasó a
ser nada, porque al fin y al cabo es sólo un juego, un deporte. Simplemente el
diablo se fue al infierno. Coincidencia, escribo esta frase y se presenta con
fuerza Tabaco que siempre agradeció a Dios ser hijo del Diablo.
Después de las cuatro de la mañana me
acuerdo de los asados, las aventuras, la fraternidad que me brindó la amistad a
través de la casa de la calle Ituzaingó. Pasan por la memoria todos los
recuerdos de vida y cuando cantaba al tute “61 gano a más... “ y el viejo
bandido sonreía pícaro, ponía la mano en el lado contrario de la boca y
anticipaba mi derrota respondiendo “jugale a la quiniela patrón…”
Hoy no te escribo nada que pueda
parecer de interés general, estimado Pepe. No tengo ganas de mandarte nada. La
vida te da y te quita, como siempre. Yo venía bien en la semana hasta que volví
de laburar el sábado a la noche y me encontré con el descenso del diablo y me
entristecí. Eso no fue nada después que me llamó Sergio. No podía dormirme y me
desahogué escribiendo esto, contradiciendo el decálogo del maestro Quiroga: “no
escribas bajo el imperio de la emoción”.
Y contradiciendo mi natural
responsabilidad, esta vez te aviso que la próxima semana no esperes nada de mí.
Te escribo esta carta, personal y transferible, cosa que si te parece igual la
publicás en el Semanario. El grito se hará público.
Y si Pepe, se
me piantó si. Es apenas un grito de rabia por las cosas que la vida te quita.
Es ley de juego, de vida o de muerte, llamalo como quieras. Mezclo la
insignificancia que resulta un descenso deportivo con el real dolor de perder un
tipo que me abrió siempre las puertas de su casa y de su corazón. El abuelo de
las amigas de mis hijos. Un amigo de mi padre. El padre de mi amigo.
(Publicado en Semanario Entrega 2000 de Mercedes, Uruguay, el 21.6.13)
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