LA CANCIÓN DEL PARIA

"... y siempre voy vagando... y si algún día siente, mi espíritu, apagarse la fe que lo alumbró, sabré morir de angustia, más, sin doblar la frente, sabré matar mi alma... pero arrastrarla no" (O. Fernández Ríos)

jueves, 29 de diciembre de 2016

SOLIDAO - EL BAR DO ARANTE Historia de amor con Ana (2)

SOLIDAO – EL BAR DO ARANTE
Historia de amor con Ana – parte 2)

AÑO 18
Mientras Ana iba de regreso a su Santa Fe mis amigos intentaron distraerme. Los amores pesan cuando se tiene 18 años y en este caso el futuro dolía demasiado.
Sólo sabía que vivía en Santa Fe. Nada más que se nombraba Ana.
Sentado atrás en el coche mis amigos me llevaron al morro de las siete vueltas o algo así, me invitaron a ver la vista más hermosa del mundo según los nativos, la Laguna de la Concepción y algún lugar más que no recuerdo mucho. Mi mente viajaba por cualquier parte.
Al pasar por la ciudad nos alegramos un poco pidiendo a los transeúntes que nos tomaran fotos con el fondo del puente Hercilio Luz, una postal de la ciudad.
Ni siquiera me había quedado con una foto de Ana.
En la plaza XV de Novembro mis amigos saltaban de alegría y pretendían dar más vueltas al enorme árbol.
Las teorías eran distintas. Pero la más veraz parecía ser esa que decía que si era la primera vez que estabas en Floripa debías dar una vuelta para regresar.
Mis amigos se negaban a dar tres vueltas. Era casamiento seguro.
Los tres días siguientes en la isla de la magia fueron muy difíciles de sobrellevar. No quería estar allí.
Ya no importaba el sur natural ni el norte turístico.
Hubiera querido viajar a Santa Fe.

AÑO 19
Ahorrando todo el año para viajar. Podría intentar ir a Santa Fe, pero más me valía pensar reencontrarme con Ana al año siguiente en Florianópolis y así repetir las vacaciones.
El tiempo no pasaba nunca pero finalmente los ahorros permitieron volver a Santa Catarina, Brasil.
Al día siguiente de llegar fui a Pántano, entré en el Bar do Arante y casualmente estaba la misma camarera y Arante. Un aguardiente sirvió para recordarles mi cara y apenas pude me dirigía la mesa donde se sentaba Ana.
Allí estaba el mensaje todavía: “He pasado aquí las vacaciones más lindas de mi vida. Ahora ya estoy volviendo a casa. Ana de Santa Fe”.
El mensaje me volvió a doler. Lo toqué pensando en tocar sus manos, sus huellas. Los nuestros anteriores habían sido superpuestos por otros mensajes de vaya a saber quien. Almorcé en el mismo lugar donde se sentaba Ana y por supuesto dejé un mensaje.
Para Ana de Santa Fe, estoy aquí, llámame a este número..., te sigo queriendo.”
Volví a recrearme en Florianópolis durante quince días. Recorrer nuevamente sus playas y tratar de descubrir más lugares. Dar otra vuelta al viejo higuerón imaginando que ella estaba conmigo. Pasar por la tienda de aquel vestido blanco.
Las inmobiliarias habían cambiado de personal y dueños, nadie me daba información sobre aquella familia que alquiló una casa en Solidao.
Claro que volví al Bar do Arante varias veces. Pero no tenía respuesta a mi mensaje. Ana no había vuelto.

AÑO 20
Llegué a Santa Fe y me alojé en un sencillo lugar. ¿Dónde comenzar a buscarla? Ya tenía edad para estudios terciarios. Quizás se había marchado de allí. Tal vez tendría novio.
Mi ansiedad había ido disminuyendo al pasar los meses pero me negaba a concluir mi historia con Ana. Algo más tenía que suceder.
Caminé Santa Fe, pregunté por la chica de pelo largo castaño llamada Ana que viajaba a Floripa, que tenía una hermana pequeña, que tal vez usaba en verano un vestido blanco.
Cuando entré en el Museo de Cera de Santa Fe me invadió el peso de la historia y aquellas figuras libertadoras marcaban presencia imponente. Fue lo que más me distrajo de mi búsqueda. Los hombres representados, de mirada firme, parecían reales.
Esas figuras inmóviles, representantes del pasado, paradójicamente me devolvieron a la realidad, fue el momento preciso en que aceptaba mi destino.
Ana no apareció.
foto de Dircinha-flickriver.com

AÑO 28
Volví a Floripa. Sentado con mis acompañantes en el mercado de la ciudad me llamó la atención una cara que yo creía conocer. Una chica a la que había visto alguna vez. Estaba sentada con su pareja y me acerqué para preguntarle.
Me respondió que si, que tenía una hermana que se llamaba Ana y que eran de Santa Fe.
La sorprendí un poco con mi ansiedad y se la veía cortada en sus expresiones. No quería decir mucho. Me dijo que ella había venido con su novio y que Ana se había marchado al sur de Argentina donde se casó y tuvo dos niños.
Pensaba demasiado sus respuestas. No quiso darme más detalles. Mi insistencia debió ceder y le dejé anotado un número de teléfono, una dirección y mi nombre. Le pedí que cuando pudiera se lo diese a Ana por si alguna vez deseaba volver a comunicarse conmigo.

AÑO 38
Era la cuarta vez que volvía a Florianópolis. Mi vida estaba hecha y deshecha y mis años veían crecer a mis hijos.
A este lugar siempre se vuelve. Por algo es la isla de la magia.
Debía pasar por el Bar do Arante, claro está.
Mi cabeza descansaba durante estos días a pleno sol y movimiento, a pura belleza natural.
El Bar seguia siendo básicamente el mismo y su espíritu igual. En la mesa de Ana nuestros mensajes ya no existían. Habían sido tapados por otros.
Me senté a comer en el lugar de Ana, girándome a veces para mirar a Solidao. Estando tan cerca tenía que volver a caminar por su playa.
Decidí ir desde Pántano hasta Solidao. Los recuerdos se hacían presentes y aunque mi historia con Ana se había superado siempre me había quedado aquello que no debíamos haber terminado como lo hicimos.
La playa de Solidao estaba concurrida y seguía tan bella como siempre. El morro en la distancia me devolvía emociones y el dejo de la nostalgia me invadió.
Caminaba imaginando mi historia, recordando aquellas vacaciones.
La casa que los padres de Ana habían alquilado seguía estando en su sitio, tan igual como hacía 20 años.
Desde lo lejos se veía movimiento, una mujer sentada, unos adolescentes jugando y una pareja despidiéndose en saludo.
Pero el morro me había hipnotizado. Mi presentimiento me llevó a subirlo, contemplar la misma vista de veinte años atrás y volver a bajar hasta la pequeña y rocosa playa.
Pensaba que Ana podría estar mirando las islas desde lo alto, imaginando su paraíso.
Pero no estaba.
Cuando volvía a la ciudad el sol ya caía lentamente.

Mis días en Floripa iban pasando. Llegué por Armaçao a visitar unos amigos pero no estaban. Entonces, aprovechando la cercanía, decidí volver a Pántano una vez más, la última antes de emprender viaje a Uruguay.
En el Bar do Arante pedí una caipirinha, salía del bar para la playa y me acercaba a los pescadores. Tenía todo el tiempo del mundo para disfrutar de la hermosa bahía.
Más tarde decidí comer y me senté, claro, en el lugar de Ana.
Fue inevitable leer algunos nuevos mensajes.

Te vi pasar al morro, te esperé. Las mañanas más bellas siguen estando en Solidao. Ana de Santa Fe”.
foto de panoramio-florianópolis.travel

Al instante se me revolucionó todo. Ana me había visto en Solidao. ¿Por qué no me llamaría? Había vuelto al Bar a esperarme seguramente. La camarera no se acordaba quien podría haber dejado ese mensaje. Habían pasado algunos días desde que había ido al morro.
La tarde avanzaba y no sabía si ir ahora a Solidao.
Por algo puso “las mañanas”. Otra vez un mensaje cambiaba mi sentir. Quería darle un final diferente a mi historia con Ana.
A la mañana siguiente temprano ya estaba en Solidao. Esta vez había poca gente y buscaba la sonrisa ingenua de Ana envuelta en vestido blanco. ¿Qué hacer cuando la viera? Quería abrazarla, ya no de amor pero sí de mucho cariño. Iba acercándome a la casa que alquilaban sus padres y vi que había movimiento en la entrada, lo que sería un patio delantero con pequeñas vallas.
La casa estaba al borde de la playa, en le playa misma se podría decir. Junto a la puerta alguien levantó su brazo en señal de saludo y creí que era Ana.
Iba acercándome. Ella estaba sentada a la sombra junto a una ventana, seguía levantando el brazo y mantenía su sonrisa ingenua de veinte años atrás.
  • Pasa -me dijo, ni bien llegué a la pequeñita puerta de madera que separaba la casa de la playa.
Me acerqué con otra duda que se confirmaría después.
Le di un abrazo, un beso en la mejilla y ella volvió a apretarme en otro abrazo. Reía, entre tierna y alegremente.
  • Te vi pasar el otro día, esperé que regresaras del morro pero tú no miraste. Seguías para Pántano y yo había quedado sola. Por eso el mensaje en el Bar.
¿Por qué no había ido hacia mí para recibirme? No se lo quería preguntar porque comenzaba a intuirlo.
  • No puedo caminar, hace doce años que no doy un paso.
Ana me lo contó. Se había casado con un compañero de la universidad, tuvieron dos niños y un accidente en la ruta. Él murió y ella salvó sus piernas pero le quedaron inmóviles. Afortunadamente sus hijos no iban en el coche.
Sus padres habían ayudado a criar a los niños y habían vuelto un par de veces más a la isla.
  • Con mi esposo nunca vine aquí. A mis padres siempre les decía que quería volver a Solidao. Ellos me quieren complacer con lo que quiera y a mí algo me transportaba hasta aquí. Todo tiene un porqué. Me enamoré de esta playa, me enamoré en esta playa, conocí el amor en esta casa... Solidao... soledad, incluso me han dicho que solidao también puede significar soledad de dos. Hasta su nombre resulta perfecto para mí. Este es mi lugar en el mundo aunque tenga que vivir lejos de él.
  • Entonces cuando estuve con tu hermana... -comencé a decirle.
  • Sí, me lo dijo. Me dio tu dirección, tu número de teléfono. Me alegré mucho pero yo ya estaba como ahora. Si algún día teníamos que vernos debía ser así, como ha sucedido. Yo también pienso que tendríamos que haberle dado otro fin a nuestra historia joven. Pero es que éramos muy jóvenes. Yo no sabía como despedirme. Pero te extrañé. Te extrañé mucho también.
  • ¿Quieres ir al Bar do Arante y almorzamos?
  • Es muy complicado para mí desplazarme. El mensaje lo dejó mi padre. Se lo escribí yo aquí y él lo llevó.

Veinte años después estaba frente a Ana. Sus hijos tenían 15 y 13 años y sus padres se acercaron a saludar. Reímos recordando aquellos días jóvenes, finalmente almorzamos en esa casa y el padre me confesó que él, hace veinte años, supo en todo momento los pasos de su hija en aquellas vacaciones y que nos había “dejado ser”, porque confiaba en ella, apostó en mí y en nuestra pequeña locura de amor, en mensajes, en lo Arante. Que él me hubiese invitado a su mesa el segundo día, cuando aquel primer mensaje que dejé.
Pero prefirió que nuestra historia la escribiéramos nosotros dos, sólo nosotros dos. Y que él veía entonces que su hija era feliz y reía como nunca y buscaba excusas para verme. Y que también vio su carita triste por el espejo del coche cuando volvían a Santa Fe.

  • Sigue siendo mi cuarto -dijo Ana con sonrisa cómplice mientras yo me había quedado mirando la puerta entreabierta.
Nos contamos nuestras historias de amores y desamores, de hijos adolescentes y vida hechas y deshechas.
Los años habían dejado atrás nuestros semblantes jóvenes aunque Ana mantenía su sonrisa ingenua y sus ojos tiernos. El pelo lo llevaba más corto pero seguía siendo lacio y castaño. Su cuerpo continuaba siendo atractivo. Pero sin dudas en todo lo suyo había una sensación de tristeza.
  • Es lógico ¿no? Mi familia y amigos me ayudan a superar mis días y muchas veces río muy feliz junto a los míos, siempre aceptando mi destino. Pero es cierto, tienes razón. Aun así te lo puedo afirmar: tristeza es la palabra más noble que conozco...
  • Mañana pasaré a buscarte, ¿dónde quieres ir?
  • Mañana estaré ocupada, debo ver el sol y cuidar de Solidao -hablaba Ana mientras reía con frescura-, cualquier lugar que volvamos a ver juntos puede ser peligroso. No quiero hombres en mi vida y tú y yo fuimos más que amigos. Me gusta escribir, ver a mis hijos y dar gracias a mis padres. Para mí es mejor estar sola. Pero al menos nos vamos a despedir mirándonos a los ojos, riendo y sabiendo que los dos seguimos estando.

Dejé mi dirección a Ana, dejé mi teléfono y en esos tiempos ya también existían las direcciones de correo electrónico. Podríamos estar comunicados al menos.
  • Te escribiré -aseguró Ana, con sonrisa dulce.
Mientras tanto yo la abrazaba y hacía fuerza para reír. La miré a los ojos uno segundos, cerca, cara a cara, con mis manos en sus hombros, con sus manos en mis brazos. Pero sólo mantuvimos la vista, sin atrevernos, disimulando deseo, seguramente.

Me fui caminando la arena de la playa, sintiendo en mi la mirada de Ana, evitando darme la vuelta para verla otra vez, con ganas de volver sobre mis pasos y darle otro abrazo, deseando que ella gritara mi nombre, deseando darme la vuelta para verla otra vez, su dulzura pegada en mí y quería retroceder veinte años, impedir que viera en mi mejilla el resultado de mi angustia repentina, agradeciendo que existieran Anas en el mundo, maldiciendo la crueldad de su destino mezquino y gritarle con rabia al paisaje que Solidao era aún más bello por ella.

Dos meses después recibí un correo. Venía adjunta una foto del Bar do Arante, justo del lugar donde Ana almorzaba. Y un mensaje:

Hace 20 años pasé aquí las vacaciones más lindas de mi vida. Pero no me respondas, no me quieras. Tu libertad te permitirá volver a pasar por el corazón aquellos días cuantas veces quieras. Disfruta el recuerdo y así me llevarás, feliz, contigo siempre. Si algún día te necesito te escribiré. Ana de Santa Fe.”




viernes, 23 de diciembre de 2016

EL BAR DO ARANTE - Historia de amor con Ana

(Parte 1) - En el Bar do Arante la conocí. Largo y lacio pelo castaño, semblante risueño y ojos que delataban inocencia. Estaba almorzando con sus padres y una hermana pequeña, luego lo sabría.
Con dos amigos habíamos llegado hasta este restaurante en la playa de Pántano do Sul, isla de Florianópolis. Nos habían dicho que no debíamos dejar de visitar este lugar y que además escaparíamos al turismo normal y consumista del norte de la isla. En el sur encontraríamos más naturaleza, si cabe.
Resulta que el propio Arante nos recibió en bienvenida con aguardiente de caña. Era temprano todavía y no había comensales. Nos invitaron a pasar y comenzamos a comprender que aquel pedido del flaco era valedero en toda dimensión.
El Bar do Arante era mágico. No sólo porque daba a la playa misma sino porque su estructura ofrecía sencilla naturalidad y se veía un paisaje increíble donde se combinaban los paseantes de la arena con las barcas y sus pescadores. La bahía se reservaba para un buen número de hombres que vivían de la pesca y llegaban a la orilla ofreciendo lo conseguido en el mar. Esa unidad de lo turístico y lo autóctono resultaba una mezcla fascinante, increíble de vivirla.
Las mesas de madera y los bancos parecían construidos artesanalmente. Uno comenzaba a sentirse como en casa ni bien traspasar la puerta. Pero lo sublime había comenzado a aparecer ante nuestros ojos en lo inmediato. Cientos de papelitos pegados a las paredes del bar-restaurante. Recorriendo con la mirada el amplio local uno se daba cuenta que serían miles. Mensajes que los clientes dejaban en las paredes de madera.
Las vacaciones más lindas de mi vida”, “... la más dulce luna de miel...”, “la semana más unida con mi familia”, “por aquí caminaron las piernas más bellas de mujer...”, “...no hay mejor pescado que el de Arante...”, “que este lugar nunca pierda su magia”.
Al principio el bar era una tienda y Osmarina, la mujer de Arante, comenzó a preparar allá por los ´60 pescado frito para los viajeros, así fue dando comienzo al restaurante. Por los ´70 Pántano se convirtió en referencia para mochileros que para avisar a sus amigos de la llegada comenzaron a dejar mensajes en la pared del bar. Luego se sumaron todos en los mensajes.
Saludos de los más diferentes países, mensajes de amor, de paz. Comenzar a leer uno nos llevaba a otro, y otro, y otro más. La curiosidad disparada mientras el alcohol seguía quemando gargantas en un brindis repentino.
No había dudas, el almuerzo sería en el Bar do Arante. Por la puerta que da a la playa pisamos inmediato la arena y comenzamos a caminar. Fuimos acercándonos a las barcas que llegaban del mar y conocer a los pescadores en su vida cotidiana. Algún comprador de carne fresca y los niños del lugar alegrando el mediodía. La playa era grande y larga para recorrer. Sin dudas Pántano debía ser visitado.
Pasado el rato volvimos al Bar y nos sentamos dispuestos a almorzar pescado, que si bien no era nuestra costumbre, no podíamos evadirnos a saborear lo mejor de la casa. Nos ubicamos en una mesa contra las ventanas amplias que enseñan la playa y la bahía.

Fue ahí que la vi por primera vez. Ella, con sus diecisiete años, estaba en la mesa contigua, sentada junto a la ventana. Nuestras miradas se cruzaron en medio de mis dos amigos que estaban sentados dando espalda a sus padres. Fue inevitable sentir algo diferente en ese leve cruce, más ella lo había hecho sin intención.
Mi mirada se perdía disimuladamente en su rostro y sobre todo en sus ojos que ofrecían mucha ternura.
Conversaba alegremente con su familia, se notaba que la estaban pasando muy bien.
Pero en todo el tiempo que estuvimos allí no pareció interesarse en mis disimuladas miradas. ¿Cómo acercarme a ella? Al menos su padre hablaba castellano, seguramente serían turistas como nosotros.
Resumiendo, que había pocas oportunidades para conocerla.
Mi joven timidez completó el mediodía y la desesperanza ganó terreno. Me dediqué a compartir con mis amigos, intentar saborear el pescado y beber algún aguardiente más.
La familia estaba para levantarse y dejar el Bar.
Mi ilusión se esfumaba por completo. Mis jóvenes años no sabían aconsejarme cómo acercarme a ella.
Entonces surgió lo que no esperaba. El padre se dirigía a la camarera diciéndole que todo había estado excelente y que al día siguiente volverían. Ella, mientras tanto, había pedido un papel y escribía un mensaje que pegaba en la pared mientras su madre la apuraba desde la puerta.

Pántano es una de las playas más lindas, me alegro de haberla conocido. Ana de Santa Fe”.

Mis amigos ya se habían percatado de mis sentires y con ironía se rieron cuando fui a ver de cerca el mensaje. Entonces escribí otro que pegué deliberadamente bien junto al suyo, superponiéndose con otro mensaje. Es que las paredes de madera casi no se ven de tanto papel escrito.

Y yo a ti...”
Foto de Dircinha-flickriver.com

En realidad no sabía bien qué ponerle. Si al día siguiente volvían a almorzar allí seguramente su curiosidad le haría leer su mensaje aunque no se sentara en el mismo sitio.
No firmé ni puse mi origen. Sólo eso.
Luego de almorzar volvimos al norte de la isla. Por la tarde paseamos por Jureré, Canasvieiras, Ingleses, todas playas de corte netamente turístico. Hermosas ellas y una vida plena con el ir y venir de gente. Vendedores de todo tipo de cosas y mujeres bonitas por donde uno dirija la vista. Sin dudas Floripa era un lugar de magia, de encanto. Pero para mí el sol se había quedado en los ojos de Ana. ¿Dónde se alojaría? ¿En qué lugar de la isla estaba ahora mismo?
En la noche decidimos salir con mis amigos. Cerca había un local muy grande con música para bailar. Mucho movimiento juvenil pero yo parecía no estar allí. Buscaba entre las mil mujeres los ojos de Ana y no los encontré. El cansancio de la jornada de sol había hecho mella en nuestros cuerpos y decidimos volver temprano al piso que habíamos alquilado por unos cuantos días.
A la mañana siguiente yo sabía mi destino: Pántano. Mis amigos me dijeron que ellos no querían volver. Preferían visitar la Joaquina, una playa en el centro de la isla, camino a Pántano. Los dejaría allí y más tarde me volvería a reunir con ellos. Yo estaba plenamente decidido a seguir hasta el Bar do Arante, almorzar y esperar.
Llevaba una mezcla de osadía y timidez. Parecía decidido aunque las dudas volverían a aparecer luego, lo sabía. ¿Cómo poder conversar con ella?
Llegué temprano y me senté en la misma mesa que el día anterior. Mientras me traían mi primer aguardiente me dediqué a leer otros varios mensajes. El de ella y el mío continuaban allí, en el mismo sitio.
Cuando Ana llegó con su familia yo estaba parado viendo mensajes y mis nervios crecieron. Ella se sentó en el mismo lugar y vio su mensaje, quedó unos segundos mirando el mío, seguramente intentando descifrarlo. Su padre, sonriendo, algo le comentó, seguro que del mensaje.
La camarera trajo mi primer plato y me senté sabiendo que si levantaba la vista me encontraría con sus ojos. Fue así. Los mantuve con disimulado interés y ella los sostuvo con más firmeza y como preguntando. Creo que era la primera vez que se fijaba más detalladamente en mí. Fui el primero en retirar la vista y seguro que eso me delató.
Estaba con un vestido veraniego rojo que le quedaba de ensueño y que le marcaba su figura juvenil.
Su cabellera lacia continuaba suelta, su sonrisa fresca y sus ojos ingenuos. En algún momento se puso unos lentes oscuros y sentí que me controlaría mejor. Yo no hacía nada. Estaba quieto, como en la silla de los acusados, esperando el juicio. Seguramente no sería capaz ni de dirigirle la palabra. Esperaba un mágico momento de oportunidad y osadía. Pero no se dio.
Lo que sí resultó inevitable fue mirarla toda vez que pude. Recorrer su cuerpo, extasiarme con su boca y queriendo tocar su pelo. Su sonrisa enamoraba.
Así pasé casi una hora, disimulando cobardía.
Estiré mi almuerzo lo más que pude y por algún momento creí ser un idiota. Me levanté como para ir a pasear un poco por la sala lateral donde en la noche había música en vivo. Volví a mi mesa justo cuando ellos se marchaban. Se repitió la escena. Su padre pagaba la cuenta, su madre se iba con la niña pequeña rumbo a la puerta y Ana escribía otro mensaje que pegó junto al mío.
Al irse se sacó los lentes oscuros y nuestras miradas volvieron a cruzarse. Mis latidos crecieron al instante y apenas pude me acerqué a leer su mensaje:


cada noche en... ponen la mejor música sertaneja”.

¿Sería la mejor aventura de mi vida? ¿Mis vacaciones tendrían mayor premio?
Volví a toda prisa a la Joaquina, ubiqué a mis amigos y comenzó mi tarea de disuasión. Había que ir a ese lugar y yo que ni sabía cuál era la música sertaneja.
Nos dimos un largo baño en las a veces peligrosas olas de la playa que es ideal para surfistas. Además era ancha, larga y bastante plana. Antes de partir tomamos una copa en una de las terrazas de un bar y le preguntamos a una chica camarera sobre la sertaneja.
Resultaba ser una música del nordeste, similar al country, con piezas movidas y alegres y otras muy dulces y románticas.
No había dudas de donde ir esa noche.

Ana estaba allí. Yo me había vestido con mis mejores pilchas e incluso acepté un poco de perfume de mis amigos, tema del cual no era muy gustoso. Pero la noche lo proponía.
Ella conversaba con otras dos chicas y en el momento que la sertaneja romántica comenzó a sonar, las parejas de la pista de baile me hacían sentir que había llegado el momento.
El lugar, muy acogedor, no era muy grande. Me dejé ver, la observé desde cierta distancia con insistencia y cuando mi mirada dejaba ver mis intenciones me acerqué latiendo a mil.
Bailamos cada vez más juntos. Me invitó a conocer a sus amigas y así entonces también conocieron a los míos.
Cuando volvió la sertaneja romántica otra vez a la pista y al poco rato, después de hablar sencillas cosas, me atreví con la pregunta: ¿es muy pronto para pedirte un beso?
Ella sonrió. Sonrió tan dulce como ingenuamente y me abrazó más fuerte, pegándose. Fue a la siguiente canción en donde volvió a sonreír y recién allí, con su mirada, me invitó a besarla.
Dejamos a Ana y sus amigas en donde se hospedaban. Eran tres familias conocidas que alquilaron en el mismo edificio. Nos encontraríamos al día siguiente en Jureré.
Costó un poco pero finalmente pude encontrarla. Tanta cantidad de gente en la playa servía de algo y fue para disimular nuestro encuentro de sus padres. Fuimos a caminar, nos metimos en el agua y nos besamos, nos abrazamos, jugando con el mar.
  • ¿Tienes novia? -preguntó.
  • Creo que sí... quisiera que fuera tú.
  • Pero vivimos a muchos kilómetros, ¿cómo mantener la relación?

Sus palabras eran la pura verdad. A nuestros jóvenes años la distancia sería definitiva. Yo quería convencerla que igual podríamos intentarlo, que ya encontraríamos alguna solución. Que le escribiría, que la llamaría por teléfono, que intentaría ir a verla.
Quedamos de no salir esa noche y encontrarnos a la mañana siguiente en la ciudad.

En la plaza de Florianópolis existe un gigantesco árbol que da cobijo y sombra a artesanos, paseantes y veteranos del lugar que juegan al dominó. Allí estaba Ana con sus amigas esperándome. Se despidió de ellas y vino hacia mí.
  • ¿Conoces este árbol? -me preguntó.
  • No.
  • Dice la leyenda que aquel que viene por primera vez y camina alrededor de él, volverá.

Abrazados dimos toda la vuelta al gran árbol de la plaza XV de Novembro y luego caminamos por la peatonal Felipe Schmidt. Entramos a varios comercios e insistí en regalarle un vestido de verano que miraba largamente frente a un espejo.
  • Anda, pruébatelo.

Era blanco y le quedaba hermoso. Se lo dejó puesto y seguimos rumbo al mercado público estilo colonial en donde había mucha gente. Nos sentamos a comer en un puesto con una mesa pequeña alta y un par de taburetes. Quedamos junto al corredor por donde no dejaba de pasar gente y disfrutamos un buen rato.

Más tarde volvimos a la plaza, nos encontramos con sus amigas y me ofrecí a llevarlas nuevamente al norte. Estaba haciendo uso del coche que habíamos alquilado con mis amigos. El cambio de moneda nos favorecía mucho en tiempos en donde si te gustaba una cosa te comprabas dos.
Combinamos para el día siguiente navegar en un barco turístico. Estilo velero, transita aguas del océano y el destino sería la fortaleza de Santa Cruz. Construida en 1739 en la isla de Anathomirim, esta fortaleza nos transportaba a las épocas de la conquista y de las luchas por la posesión de la isla, último puerto y lugar seguro antes del Río de la Plata para los osados europeos.
Con Ana nos alejamos del grupo y caminamos tranquilamente por la fortaleza, jugando con nuestros sueños, tomándonos de la mano y besándonos en las antiguas ventanas de piedra que ofrecían desde su altura un maravilloso espectáculo de aguas oceánicas.
Fue allí, en una de esas salientes de piedra, abrazándola por su espalda, mientras mirábamos el inmenso mar, que le besé en el cuello muy despaciosamente y me animé a susurrarle: “te deseo... Ana”.
En el regreso el barco se dejó ir y comenzaron a aparecer delfines que acompañaban nuestro trayecto.
Con alguna caipirinha en nuestras manos brindamos por tan hermoso día mientras en el agua los delfines parecían danzar. Cercano a una isla privada el barco se detuvo y pudimos lanzarnos al mar. El agua en ese lugar, vaya a saber por cuales razones, hacía que uno se mantuviera a flote con mínimo esfuerzo.
Nuestros encuentros seguían a escondidas de sus padres y contando los días para la despedida. Mis amigos disfrutaban a su manera y pasaban de mí, que los había defraudado.
  • Mañana almorzamos en el Bar do Arante, -dijo Ana- será difícil que nos veamos, nos vamos el domingo.
  • Nos vemos en la noche, entonces -contesté.
  • Es que para estos últimos días mis padres alquilaron una casa en el sur, también me separaré de mis amigas.

Al mediodía siguiente estaba envalentonado y me senté en el Bar do Arante pidiendo un aguardiente.
Ana y su familia se sentaron en la mesa de siempre y yo no sabía que hacer. Ella sonreía como siempre pero tenía un dejo de tristeza en su gesto. Yo creía que la estaba conociendo. Apenas me miraba y yo no quería aceptar que ya nos hubiésemos despedido.
El tiempo pasó y ellos ya se iban. La madre y la pequeña primeros, el padre pagaba la cuenta y cuando junté fuerzas para dirigirme a ella vi que escribía un mensaje que pegaba junto a los nuestros. Me detuve y la dejé ir.

Las mañanas más bellas están en Solidao.”

  • ¿Dónde está Solidao? -pregunté a la camarera.
  • Allí... mira.

Por los ventanales del Bar do Arante la chica me señalaba una playa, contigua a Pántano.
  • Si quieres hasta puedes ir caminando.

A la mañana siguiente yo estaba en Solidao. Increíble belleza natural de esta playa, cercada por viviendas planas que adornaban el paisaje, que no lo invadían.
Había poca gente y comencé a caminarla hasta que finalmente la encontré. Mis ojos se iluminaron. Venía hacia mi riendo ingenuamente con el veraniego vestido blanco que parecía la había hecho emerger del mar. Su pelo lacio castaño suelto, dividido en dos, tenía un color especial aquella mañana y sus ojos estaban tiernos como nunca.
Metros antes de encontrarnos se paró y riendo giró en si misma ofreciendo su figura y el vestido blanco.
Foto de panoramio-florianópolis.travel

  • Ven, caminemos para aquel lado -dijo.
Estar con Ana en Solidao era como estar en el paraíso.
  • Mis padres volverán al Bar do Arante este mediodía, pero les dije que quería estar sola en la playa.
Nos bañamos en las aguas de Solidao en donde la abracé toda vez que pude, en donde ella reía por escapar y en donde nos tiramos agua a cada rato, también arena para volver al mar.
A la hora señalada Ana me miró dulcemente y susurró: “vamos”.
Su familia ya había marchado al Bar do Arante. Ana me llevó hasta la casa que alquilaban y me hizo entrar hasta su cuarto, puso sus manos en mis hombros y acercándose, mirada fija en mis ojos, dijo suavemente: “también te deseo”.
Puso música sertaneja romántica y de espaldas a mí dejó caer su veraniego vestido blanco. Con nervios y suave pasión se fueron sucediendo las cosas y amé a Ana lo mejor que pude, fundido en nervios, brazos y abrazos, en te quieros y lágrimas furtivas que adelantaban la despedida y final.
Intentamos dejar todo tal cual había quedado, escribió un mensaje a sus padres y señalando un morro me preguntó: “¿me llevas?”.
Junto a la playa de Solidao hay un morro que tiene un sendero por el cual se puede ir caminando para pasar de un lado a otro. Un paseo con sol y naturaleza plena y una belleza deslumbrante cuando se está en lo más alto del morro.
Con la vista impresionante del océano abracé a Ana por detrás, la protegí largos minutos y le dije: “te quiero”.
Las islas en el horizonte fueron testigos de mi sentimiento. El cálido día de sol acompañaba esta simulación de estar en el paraíso.
Seguimos el paseo y comenzamos a bajar por el otro lado del morro. Frondosa vegetación a veces, otra gente caminando y de repente al llegar abajo una preciosa playa con rocas. Sólo se podía llegar a ella caminando por el morro, pero el que lo hacía recibía un privilegio irrepetible. Un lugar de ensueño, de suma paz y un escondido lugarcito de arena entre las rocas para volver a amar a Ana, con el agua de las olas alcanzando nuestros pies.
Volvimos a Solidao.
  • Ahora debes irte que ya mis padres estarán en la casa. Mañana puedes venirte al Bar do Arante y nos despediremos, ya veremos allí como podremos seguir comunicándonos, me dejarás tu dirección, algún teléfono...
    - Yo volveré, -le dije- di vuelta al árbol de la plaza y sé que volveré.

Mis amigos también habían hecho sus vacaciones muy agradables a pesar de mi lejanía. Al día siguiente era domingo y partí rumbo a Pántano do Sul.
Pensaba que Ana me presentaría a su familia y me iba preparando para la ocasión, ensayando posibles y nerviosos diálogos.
Llegué al Bar do Arante y saludé con sonrisa abierta a la camarera ya conocida. Le pedí un aguardiente y me dirigí a la mesa de siempre.
Allí estaban todavía nuestros mensajes.
Allí estaba también un nuevo mensaje.

He pasado aquí las vacaciones más lindas de mi vida. Ahora ya estoy volviendo a casa. Ana de Santa Fe”.




martes, 20 de diciembre de 2016

MATARON A MI CÓNSUL

De madrugada. A la manera que se estila un fusilamiento.
Fueron cuatro contra el paredón.

Guerra Civil Española
Palma de Mallorca
Castillo de Bellver

Una placa en la puerta de ingreso al Castillo lo recuerda. Está blanca, se hace difícil la lectura. Recuerda a Alexandre Jaume i Rosselló. El pueblo de Palma recupera el Parque y el Castillo de Bellver gracias a él. Político, abogado, periodista. Nació en Montevideo, Uruguay y como lo indica su apellido, de clara ascendencia mallorquina, donde vivió, pensó, escribió, trabajó por una sociedad más humana y murió, entre más cosas.

Lo detuvieron en Puerto Pollensa el 19 de julio de 1936. Su familia poco pudo hacer. Sus amigos poco pudieron hacer. Apenas su par argentino intentó en diplomacia.
Estuvo preso en el Castillo de Bellver hasta fines de año y luego trasladado al Hospital Provincial por problemas de salud. La sentencia de muerte fue dictada el 16 de febrero.

Resultando. Considerando”

Castillo de Bellver. Monárquico y hoy turístico. Construido en lo alto, claro está. Vistas hermosas a la ciudad y al mar. Recuerdos históricos en sus salas, en su patio circular como el castillo. Fríos cuartos.
Alexandre estuvo preso en una de las torres. Incomunicado.

¿Qué piensa un condenado a muerte?
Nunca un amanecer es más horrible. Que no acabe la noche. Que no alumbre el sol.
Abandonado al alba.

Alexandre fue Cónsul de Uruguay en Mallorca desde 1904. Facilitaba la emigración a los mallorquines de entonces, que seguían viendo en América el futuro y el pan. Él les enseñaba Uruguay. Aconsejaba el paisito.

A Alexandre lo mataron al alba en los muros del Cementerio de Palma.
24 de febrero de 1937. Invierno. A las 6.30.
La gente fue al espectáculo. Porque eso era entonces. Un espectáculo público, una fiesta. El ajusticiamiento de cuatro republicanos. Emili Darder incluido, último Alcalde republicano de la ciudad.
¿Cómo fue esa última noche?
¿Mantendría la última esperanza?
¿Qué se siente cuando te leen la sentencia? ¿Quieres entonces detener el reloj, ocultar el sol, eternizar la noche, despreciar el alba?
Pero si siempre dicen que el amanecer es hermoso.

¿En qué piensas mientras estás preso? ¿Pides para escribir?
Sí. Alexandre lo hizo. Escribió.
Mi calvario”. Recopilación de sus escritos que pudo hacer llegar a su familia pues apenas podían hablar con él.

Quiero saber en qué piensan. Quiero saber si se arrepienten o si se llenan de coraje y orgullo.
¿A quién van dirigidos sus últimos pensamientos? Las últimas palabras.
Si al alba podrás volver a cruzar miradas o tal vez alguna palabra con los tuyos.
Y esos tuyos... recogiendo valor para despedirte al alba. La última.

Considerando. Vistos”.
Alexandre con su pluma y gran influencia política...”

A Alexandre lo fusilaron al alba. Por republicano.
Nos dejó una herencia valiente. Determinante para todo buen oriental que se precie. “Libertad o con gloria morir...”
La vida por la República. La II República.

Pero en su otra República, la del Plata, le olvidaron.
En aquella otra su República, la del Plata, gobernaba por esos días un dictador que había roto relaciones con la República española.

Vistos. Fallamos”
...Que aún con posterioridad a la iniciación del Movimiento Nacional que dio el traste con los criminales propósitos de los procesados y de tantos otros aún privados aquellos de libertad continuó alguno en la medida de sus fuerzas y con las posibilidades que las circunstancias le permitían oponiéndose al éxito de nuestra acción salvadora y obstaculizando en el mismo ambiente de su presión la buena marcha del Movimiento Nacional iniciado como lo demuestran los escritos de Jaume en la propia prisión sin que en el tiempo transcurrido desde la detención de todos hasta el inicio de esta causa se acredite el arrepentimiento, antes al contrario la contumacia en su tesitura y la seguridad en su triunfo. Hechos que declaramos probados...”

No. Alexandre no se arrepintió. Cara a cara con la muerte no se arrepintió.

Su hermano y su sobrino pasaron la última noche con él. La cárcel apestaba a zotal. Les dejaron entrar a la medianoche. El joven Andreu dijo que “lo encontramos en el pasillo, que nos esperaba. Estaba muy tranquilo. Me pidió la pluma para escribir una carta de despedida a la esposa y a los hijos y luego se puso a hablar con nosotros, como si nada de lo que pasaba esa noche le afectara”.

Fue digno.


Alexandre

Queridísima esposa e hijos:
Mis presentimientos de esta tarde se han cumplido; estoy en la cárcel esperando el último momento de mi vida. Ello ha de serviros de consuelo y mitigar vuestro dolor. Muero como sabéis completamente inocente, se me mata por mis ideas y acepto serenamente este papel que me ha señalado el destino. Cuando leas estas líneas habrá terminado este calvario doloroso que estoy viviendo desde el diecinueve de julio. Estoy completamente tranquilo, con la tranquilidad que me da la limpieza de mi conciencia. Conserva, Isabel mía, siempre bien mi recuerdo, pero arranca el dolor de tu corazón, te debes a tus hijos y has de vivir para ellos y no tienes derecho a amargarles la vida. Luis y Andrés me han prometido que cuidarán de vosotros; Di a Ignacio y a Juan que no desamparen a mis hijos, es un deber de ellos que espero cumplirán gustosos. Te repito que estés tranquila que veo la muerte serenamente, sin ningún desfallecimiento. Muero recordando a todos mis hermanos y enviándote a ti y a mis hijos millones de besos y abrazos. Hubiera querido pasar contigo estas horas postreras pero he querido evitarte el tremendo dolor de una despedida tan triste. No me olvidéis pero no sufráis. Millones de besos y abrazos de Alejandro,
Palma, 24 de febrero de 1937”

Cuentan que Alexandre pidió ver a sus verdugos. Que de espaldas a ellos levantó la mano y le preguntaron.
Quiero ver a quien me mata”, mientras daba la vuelta y recibía una lluvia de balas y caía con un cigarro en las manos.

A Alexandre lo fusilaron. Se acercaron a él. Cuentan que lo remataron porque “este hijo de puta aún no está muerto”. Le orinaron encima. Lo despreciaron. Al alba. Mientras el público aplaudía. Junto al muro del Cementerio de Palma.

Su cuerpo en tierra era siembra de ideales.

Fallamos. Que debemos condenar y condenamos a los procesados como autores responsables por ejecución directa en un delito de rebelión militar a la pena de muerte...”

Una placa al ingreso al Castillo lo recuerda. La Sala VII del Castillo tiene su nombre. Una plaza de Palma lleva su nombre.

Su hermano no recuperó más la alegría y se consumió, lentamente. Isabel recibió con serenidad la noticia.

¿Uruguay está en deuda con él?



No me olvidéis”.

Uruguay está en deuda con él. Aunque sea en el recuerdo.

Nunca se olvida. Se asume, porque el pasado siempre se hace presente. Cuántos sentimientos se reviven en mi ánimo, contemplando aquella calavera agujereada por un disparo”. Andreu el sobrino tuvo en sus manos sus restos y a la altura del pulso se veía claramente el tiro de gracia, mientras un médico de la familia limpiaba la tumba, años después.


A la memoria de Alexandre Jaume i Rosselló, diputado en las Cortes Constituyentes de 1931, que va a conseguir para la ciudad este Castillo y Parque de Bellver. Ayuntamiento de Palma, 1989”.

Al alba.

Así mataron a mi Cónsul.



lunes, 5 de diciembre de 2016

AMIGO - relato para José Edgardo Domínguez Rey

Un flaco de pelo claro, tirando a rubio, buena voz, inteligente para una radio.
Andaba por los 30 largos de edad cuando lo conocí y unos cuantos moviendo perillas, micrófonos y cables.
Fácil entrar en amistad por lo sencillo de poseer sentido común, bonhomía, la humildad de los grandes valores.

Es claro lo que nos une.
La radio
La magia de la radio.
La magia del micrófono.
La magia de la palabra.

El flaco además tenía muy buena dicción. Bueno, la sigue teniendo. Eso que muchos deben trabajar y parecía que lo tenía por cuestiones de nacimiento, naturalmente. O por pasión.

Hay algo que no olvidaré más del flaco.

Sabe uno lo que transmite una mirada. Pronto las acciones confirman las intuiciones. Nadie es quién para juzgar, por supuesto, pero el flaco es de los que parecen buena persona hasta viéndolo de lejos.

Estaba antes que yo en la radio. En realidad el flaco estaba en la radio antes que la radio. Movió tierra para levantar la torre, levantó la torre, anduvo pariendo una nueva ilusión y yo, después, con todo pronto, llegué para saborearla y disfrutar.

Hay algo que no olvidaré más del flaco.

En radio, después que te enseñan a manejar los controles no querés soltarlos más y pasás a conducir programas desde allí porque manejás mejor los tiempos, el preciso momento cuando una canción debe entrar y sobre todo cual canción, por ejemplo.

Pero había alguien en quien confiar para ceder los controles. Complicidad total y confianza. Hacer la radio que te gusta con otra persona significa cosa muy especial. El que controla debe meterse en tu cabeza, saber lo que piensa el que conduce, saber los momentos, debe interpretar. Debe dejar de ser él para pasar a ser otro. Empatía total, solidaridad. Difícil encontrar alguien mejor que el flaco. Trabajar de memoria.

Estadio Centenario de Montevideo. Uruguay-Perú, eliminatorias al Mundial 2002-Marcos Gutiérrez, José Edgardo Domínguez, Federico Marotta, Juan Antonio Legorburo
Rubión y risueño, tomaba bastante mate desde tempranito en la mañana. Cualquier yerba, las más sabrosas y las menos y ¿sabés qué? Para el flaco todas eran lo mismo. Apreciaba el valor de las cosas y no por su valor. Disfrutar lo que se tiene o lo que se puede. Y compartirlo.

Hay algo que no olvidaré más del flaco.

Ahora, en estos tiempos, sigue microfoneando. Da igual si le pones adelante un partido de básquet, un programa de entrevistas, uno de fútbol o de música. Se lo ve con la misma pasión, la misma sabiduría que da el sentido común y la humildad.

Padre y abuelo. Sé que vivió momentos difíciles y sé que se ganó la vida laburando sin preguntar, como sea, donde sea. Y si no había un cable de radio en el medio igual. A uno no le regalan cosas que nos mantienen con vida. Hay que salir a ganárselas y buscarlas como ha hecho el flaco.

Estadio Artigas de Paysandú- Liga del Centro de Soriano campeona del Litoral de fútbol. Juan Antonio Legorburo, Juan Francisco Correa, Federico Marotta, José Edgardo Domínguez Rey
Comentarle que hay que ir a transmitir allá como a trescientos kilómetros y está. Que hay que transmitir en medio de una hinchada rival y en cancha rival y está. Que hay que transmitir un almuerzo de campeonato y está. Que hay que ir a la plaza o a la calle o al estadio y está. Y no pregunta por qué. Va. Le gusta. Le apasiona. Lo disfruta. Lo vive. Y esa es la vida noble.

Hay algo que no olvidaré más del flaco.

Y es que no lo vi perder la sonrisa jamás. No le vi dejar de dar un abrazo nunca.
No perdió el saber estar jamás. No le vi la envidia nunca.
Y mirá que ha pasado malos momentos. Y yo andaba por ahí. Tal vez el flaco necesitaba más de mi o de nosotros. No nos dimos cuenta aún sabiéndolo. No se quejaba, no compartía el dolor. Yo no sé si eso es bueno o malo. Tampoco sé si eso era lo que realmente quería.
Pero no perdió la sonrisa jamás. Nada para reprocharle al flaco, nunca.
Sólo agradecerle que se haya cruzado en nuestras vidas para alimentarla de la sabiduría más grande que es la más simple, de la grandeza sencilla. Cual hermosa persona, de las que necesita nuestra ciudad, nuestra humanidad.

El flaco es una puerta abierta, enriquece, alimenta la esperanza. Lo mejor que quieras encontrar en un hogar.

Yo no sé para qué escribo tanto si puedo resumir al flaco en una palabra.


Afecto personal, puro y desinteresado, compartido con otra persona, que nace y se fortalece con el trato.