LA CANCIÓN DEL PARIA

"... y siempre voy vagando... y si algún día siente, mi espíritu, apagarse la fe que lo alumbró, sabré morir de angustia, más, sin doblar la frente, sabré matar mi alma... pero arrastrarla no" (O. Fernández Ríos)

miércoles, 9 de septiembre de 2009

"CARTAS" - "La Carta" (relato 3)

Dedicado a mi abuela materna Emma Sixta Rezzónico Busca de Francia
La abuela ayudaba en la casa y hacía los mandados con su particular paso lento. Le gustaba cuidar de verduras en su pequeña quinta y de los árboles frutales. Cuidaba plantas y comía disfrutando bajo la higuera. Criaba pollos y con su también particular llamado caminaba entre ellos mientras les daba de comer.
La abuela tomaba sus mates al caer la tarde, en el gran patio de la casa de barrio semi rural. Le gustaba conversar y hasta era común encontrársela hablando sola. Curaba los empachos con la vieja cinta de medir, usaba lentes, tenía fotos del abuelo en su dormitorio y un gran cuadro con una virgen, era muy creyente. Disfrutaba cuando sus hijos y sus familias se reunían en domingo junto a la mesa.
La abuela, de cuerpo grueso, tenía el paso cansino y se hamacaba al andar. Cobraba su pensión de viudedad y tejía zapatitos de bebé que vendía en las tiendas del pueblo.
Tenía recuerdos de la panadería de Francisco, su esposo. Tenía recuerdos para sus hermanos. A Pato lo visitaba a menudo y Carlos prefería llevarle a su casa las verduras por él cosechadas. La abuela había enviudado joven y tenido cuatro hijos. El menor, el varón, sus ojos, el Nene.
El niño creció y se hizo camionero. Cuando los tiempos de cosechas se iba al este y se ausentaba varias semanas. Cuestiones del arroz.
Una vez le envió una carta a la abuela. Sólo ella la leyó, claro. Pero las lágrimas de la abuela hacían leer.
Más tarde, más calmada, un nieto le acercó papel y lápiz. "Para que le respondas, abuela". Sentada junto a la mesa quedó sola. Al largo rato su nieto se acercó otra vez. La hoja temblando en una mano y en la otra el lápiz, también temblando.
"Querido Alfredo...", había logrado escribir. Luego papel en blanco y unas cuantas gotas caídas de sus ojos.
"No importa, abuela".
La carta nunca se envió. Seguro que aquel niño camionero igual la recibió.

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